Mis historias pudieron tener su comienzo en San Agustín, no he escrito nada sobre San Agustín; hace poco recordé las noches en la casa del pasaje dos, oscuras, pálidas y amarillas; en las noches ladraban los perros; aullaban y eran presagios; las trompetas en Marín colaban parsimoniosas junto a las voces de los viejos marihuaneros; los gatos caminaban sobre las cornisas; dos o tres eran los fantasmas o aparecidos que en verdad me quitaban el sueño; a uno de ellos lo vi correr desde el pasaje hacia el zaguán de la casa de José María; la mamá de José María era muy vieja y daba miedo; su casa, lúgubre, un fantasma. En Catia las noches fueron diferentes, no las he recordado mucho; ebrias, eufóricas; repletas de sueños estúpidos, el futuro, irse al Brasil o a Nicaragua, navegar en un barco mercante y desembarcar en Helsinki, conquistar mujeres en Ámsterdam; morder la vida a grandes dentelladas y hacer revoluciones; ebrias fueron las noches. En El Marques fui violento, anduve buscando pleitos por las calles y me enamoré de Jimena en una fiesta; la mamá de Jimena era una mujer de mente abierta, hacía fiestas y tenía amantes que hablaban en las radios; a mi me gustaba Jimena, oler su pelo y bailar muy pegado a ella, el mundo quedaba afuera y nos contábamos cosas muy tontas; ahora no las recuerdo; las conversaciones se mueren como se muere la gente. La gente se muere; a veces las encontramos en el supermercado o en un centro comercial y están muertas, son como los aparecidos frente a la casa de José María pero no dan miedo ni asombran. Jimena se fue y yo me largué; ambos morimos y andamos por allí, la he visto cuando subo al cerro por el puesto de La Julia; estamos muertos. Hoy no quería levantarme de la cama, el día está agradable, me duelen los brazos, como si hubiese nadado en la nada; ya he vivido cuatro o cinco vidas, eso creo; nadie se da cuenta, sólo permanece, viviremos para siempre, cuatro o cinco veces; en el recuerdo se vence al exilio y las vidas establecen un diálogo y encontramos solución de continuidad, he tenido vida en Madrid, en Barcelona, en Londres; he tenido muchas y todas han terminado siendo esta que se ha vuelto una locura, me extraña y me hastía, debería ser más optimista; optimista somos todos, de una u otra forma; cada quien en sus refriegas y con sus tiempos; incluso los más tristes, los que han perdido el gusto y el tacto. El tiempo corre, grita el conejo de Alicia y mira el reloj, hoy baja la gracia y me hace comprender por qué siempre anda apurado. Cometemos errores graves cuando nos abandona una vida, las vidas humillan cuando se van sin explicaciones (Las vidas no dan explicaciones), el ardid es suicida; la inmolación genial, al final se sacan cuentas y seguimos en cero, todos pierden o nadie gana; nadie sabe cuándo comienzan las historias, San Agustín fue un invento, Palermo, Garibaldi o Coayacan; Ulises no fue el único tramposo, ni Ayax el suicida heroico; dentro de un rato iré a comer paella por Bello Monte; tomaré dos o tres copas de oporto, un tequila si me animo; vendrán las ganas, son mareas; ayer fue el día más largo del año, me acosté sobre el piso, abrí las ventanas, estaba en un cuarto que fue mío hace tiempo; me gusta ver declinar la tarde el día más largo del año; oscurece, lo hace con elegancia, el día más largo del año es la vida digna, los recuerdos se diluyen en un azul muy oscuro, en tinta china
viernes, junio 22, 2007
Tercer día de Cuaresma
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