Las arañas. Ellas saliban sus tejidos, mantienen hasta ocho partes de su cuerpo en labores; una araña construye el lecho y la otra lanza sus telas hacia adelante o hacia los costados; inventa, ambas recelan, pero una cederá y se acostará en el lecho improvisado y neutral de la otra, aceptará el capullo, se dejará hacer cosas de arañas, la perspicaz escapará y largará sus tendidos protectores, sus tramas; allí caerán las moscas de la mañana, los insectos del día, las luciérnagas de la noche; la otra no insistirá, añora el lecho humedecido para la ocasión, vulgar, no diferenciado; sabe cómo pierden fluidez y viscosidad las telas abandonadas; tiene miedo a ser devorada; su orgullo le impide reconsiderar el mandato de los instintos ¿Morir envenenada por una arañita tramposa? Jamás.
El silencio es como el negro, en él están contenidos todos los sonidos; un paso en el silencio, la respiración, el murmullo de un ave espantada en la sombra, el amor y sus ausencias. Las ausencias son como el negro; he hecho de mi blog una botella partida, de muchos picos; un capricho particular, mi expresión más descuidada y errática; polimorfo, heterogéneo y he ido cerrando mis máscaras, las travesuras o las maldades, los meandros posibles; nunca he creído en la honestidad y en el altruismo de un creador, pienso como uno de los heterónimos de Pessoa: sólo lo hace, crea, recrea, el daño es la contraparte, lo colateral; soy un hombre viejo y me debo circunspección; así va esto, no busco el diálogo ni el debate; me es suficiente el interior, el cotidiano con el entorno, el mundo no mejorará un ápice por un cometario entre millones, ni la vida dejará de ser la irracional expresión de un Dios. Detesto la multitud, es la negación de la palabra, la bulla o el tormento, deploro los púlpitos y a los predicadores, a veces me escandalizan los más escandalizados, estas conclusiones no me hacen menos ciudadano, menos político, menos beligerante; pero no me llamo a engaños, mi espacio es una voluntad expresada, es mínimo, nadie vino a triunfar, el triunfo es contingente y relativo; a veces logramos exlamar ¡no! como el hombre rebelde de Albert Camus y debería bastar porque comenzamos a ser diferentes y rebeldes. Ayer el día estuvo azul nubloso, pocas nubes y siempre blanco el azul; el día presagiaba la tormenta de la madrugada inmediata, alguien me dijo: se aprende a leer el tiempo; lo hice y supe, tendremos un día bueno para caminar, puedo rehacer mi itinerario por el cerro: aun no han abierto el acceso por Los Naranjitos a Papelón e hice el camino por el cortafuegos hasta la pica de Loma del Cuño y desde allí hasta las antenas, todo un periplo; me gustan los periplos, las soledades y sus incertidumbres; pensar mientras camino, pensar con la cabeza llena de hormonas y de espiritualidad ebria; he estado leyendo tragedia y he vuelto sobre el suicidio de Ayax, la contraposición de su delirio a su lucidez, clave de un buen drama, Hamlet de Shakespeare; sólo los hombres libres encaran los dilemas, a veces la resolución es drástica; Ayax el rebelde, el loco, el lúcido, reconoce la deshonra; su orgullo se ha roto, el equilibrio es imposible y actúa en consecuencia; sino puedo procurar la muerte de los que me humillan, me niego a someterme a sus voluntades, es el suicidio vindicador, el triunfo compensador del narcisismo humillado; el tema. A Oscar Wilde no lo calla la Inglaterra victoriana, me niego a pensar en su derrota, Oscar Wilde, entre el delirio y la lucidez ( podemos precisar su ánima en La balada de la cárcel de Riding y en De profundis), ha tomado la decisión libre de quitarse la vida o la palabra, y entre sus grandes citas (ha sido leído más como un hombre de grandes citas y no como un autor de grandes obras), se lee: cuando no conocía la vida, escribía; ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir. Al igual que Ayax es humillado y exige la reparación en la desmesura de la tragedia y en la dolorosa lucidez; ya pasaron los tiempos del desvarío; resta el silencio, el suicidio; Oscar Wilde se muere antes de morir y en París, se muere, se calla a sí mismo; el silencio es como el negro, el negro es como la soledad, la soledad es como el amor, los caminos son muchos y son los medios del destino, de cualquier destino; el camino no es culpable de los extravíos, ni la ausencia de caminos es ausencia de destino; o la cobardía el bombardeo de los pretextos; es una nota pensar con la cabeza inundada de hormonas y escribir mal en una libreta Moleskine; por ejemplo, en una parada, ayer bajo un árbol barbado, mientras miraba a dos arañas tirar, construí un despropósito, el amor puede darse vuelta y descubrirse tan feo como un monstruo grabado en una catedral, las ilusiones son las expectativas de una víctima; la victima termina inculpada, es inevitable el crimen de la víctima; no tiene sentido escribir a mano, no entiendo mi letra; no tiene sentido llegar hasta el final de mis desbarres, sobre todo el de estos últimos días, son infelices y no dicen sino pendejadas, ustedes entenderán, en un mundo, en una comunidad de millones de escribidores, todos los dicientes imbuidos en la certeza de agregar y en un país beligerante e inteligente; no decir nada, sustraer, puede ser ofensivo. Se ha perdido el sentido de arriesgar la máxima pretensión del arte, la sustracción o una tontería; decir: me usaste y me gustó; me gustó tanto e hice trampa para ser usado de nuevo. Retomo el sentido del límite, de él dependió siempre no ir más allá, al delito.