domingo, septiembre 03, 2006

Leer a Roland Barthes como a la borra del café

Hay quienes buscan a Roland Barthes para trasponer los límites del estrcuturalismo, para descomponer el discurso, para fumar algo de análisis semiológico y tratar de entender de qué va Lacán; yo en cambio, lo uso como una especie de Yi Chin, el libro hermético de Eleusis, las cartas españolas de mi abuela. Tomé Fragmento de un discurso amoroso, lo consulté, lo abrí al azar:


"Esta escucha huidiza que no puedo capturar más que con retrazo, me incita un pensamiento sórdido: consagrado perdidamente a seducir, a distraer, creía, hablando, desplegar tesoros de ingenio, pero esos tesoros son apreciados con indiferencia; derrocho mis "cualidades" por nada: toda una excitación de afectos, de doctrinas, de conocimientos, de delicadeza, toda la brillantes de mi yo viene a apagarse, amortiguarse en un espacio inerte, como si - pensamiento culpable - mi cualidad excediese la del objeto amado, como si yo estuviera adelantado respecto de él, ahora bien, la relación afectiva es una máquina exacta; la coincidencia, la afinación en el sentido musical, son en ella fundamentales; lo que está desfasado, está inmediatamente de más: mi palabra no es propiamente hablando un deshecho sino más bien "un artículo sin venta": lo que no se consume en el momento (en el movimiento) y va al mortero.

(De la escucha distante nace una angustia de decisión: ¿Debo proseguir, hablar "en el desierto". Necesitaría una confianza que precisamente la sensibilidad amorosa no permite. ¿Debo detenerme, renunciar? Eso tendría el aspecto de vejarme, de enjuiciar al otro y, a partir de allí, dar la señal de partida de una "escena". es una vez más, la trampa.) "


"Por el plenilunio de otoño,
a través de la noche
di los cien pasos en torno al estanque."
Basho

Tercer día de Cuaresma

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