En uno de los tantos foros en los que intervine cuando me entusiasmaba la red, conocí a Patricia Damiano. Yo escribía en el foro con el seudónimo Oscuro. Algo tenía que ver con Heráclito, El Oscuro. Tuvimos un intercambio cerrado e intenso, a veces me cuestionaba la intensidad, otras, la asumía como máscara y a veces me reconocía, molesto e impertinente; desnudo, con todos mis temores al aire. Un día le comenté a Patricia mis recelos; dos de ellos la desmemoria y el asco qué sentía cuando me quedaba a solas de cara al vacío, a la nada. Eran buenos tiempos. Todo desaparecería, sería barrido por una brisa tenue y constante, hojas de otoño, cortezas de ceibas, ruidos; el tiempo es una corriente que arrastra río abajo; el muerto bello flota de cara a la luna en Tigre, el muerto inútil de la ensenada. Yo guardaré estos textos, creo que dijo Patricia. Luego me envío tres libros que se convirtieron en libros de cabecera. Creo que no se lo agradecí, nunca lo comenté, me quedé con los libros y asumí que lo agradecía. Los libros de cabecera se hacen íntimos y van quedando allí como ángeles guardianes. Acabo de cerrar la lectura de una novela de Philp Roth, Elegía, una épica del hombre cotidiano, un libro excelente que abre con un epígrafe de John Keats:
“Aquí donde los hombres se sientan y escuchan sus mutuos quejidos;
Donde la parálisis agita algunas, tristes, ultimas canas,
Donde la juventud palidece, adelgaza como un espectro y muere;
Donde tan solo pensar es estar lleno de tristeza…”
Oda a un Ruiseñor
El epígrafe me llevó a EL Oscuro de Heráclito y todo ello a tratar de ordenar estos pensamientos, que se desordenan a medida que incorporo una frase. Busco entre los anaqueles otra novela, temo no sustituir, quedarme con las manos limpias, vacías, sin afecto; abro Rencor de Oscar Collazos, no estoy seguro de que sea un buen momento para leer este libro, pero me divierte recordar una conversación trivial que sostuve con el autor en La Feria del Libro de Medellín. Oscar es un hombre festivo, galante, es un escritor vital, nada tiene que ver con el tono de esta crónica, algún día, espero que no sea lejano, Oscar debe cumplirme la promesa tonta, presentarme a Amparo Grisales; mientras, yo descenderé a Cartagena, a uno de los círculos del infierno, masticaré el tabaco agrio de la rabia y procesaré de la mejor manera el dolor de una realidad inmediata:
“Yo fabrico espejos:
Al horror agrego más horror
Más belleza a la belleza.”
Juan Manuel Roca
Me detengo en los fragmentos de otros textos que incitan a la lectura de los libros, todo ello me devuelve al mismo tema; hace años era más honesto, y para mi no existía otra realidad fuera de la literatura, me gustaba saber que Patricia tenía su Torre, sus gatos y una colección de espadas. En el momento adecuado sabré tomar mi vida, creo que dije, no, era una balada, o un poema; hoy me tranquiliza reencontrarme con ella, Oscuro, en silencio, y constatar que sí es posible la coherencia, el estoico resplandor de un sentido, de una estética, la evidencia en los espacios que ha defendido Patricia.
Tranquilo, me gustan las sábanas limpias de los hoteles y de los hospitales, las almohadas largas y cubiertas por fundas de seda, el desayuno continental, el macchiato; me gustan las mujeres de boca grande y mirada irrepetible, mis camisas blancas, el olor a limpio, la piel trémula de la amante, el cerro, los detalles mínimos, mi espacio al norte de Londres, el tintineo de mis llaves en los bolsillos, una puerta, siempre una puerta de salida. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
“Aquí donde los hombres se sientan y escuchan sus mutuos quejidos;
Donde la parálisis agita algunas, tristes, ultimas canas,
Donde la juventud palidece, adelgaza como un espectro y muere;
Donde tan solo pensar es estar lleno de tristeza…”
Oda a un Ruiseñor
El epígrafe me llevó a EL Oscuro de Heráclito y todo ello a tratar de ordenar estos pensamientos, que se desordenan a medida que incorporo una frase. Busco entre los anaqueles otra novela, temo no sustituir, quedarme con las manos limpias, vacías, sin afecto; abro Rencor de Oscar Collazos, no estoy seguro de que sea un buen momento para leer este libro, pero me divierte recordar una conversación trivial que sostuve con el autor en La Feria del Libro de Medellín. Oscar es un hombre festivo, galante, es un escritor vital, nada tiene que ver con el tono de esta crónica, algún día, espero que no sea lejano, Oscar debe cumplirme la promesa tonta, presentarme a Amparo Grisales; mientras, yo descenderé a Cartagena, a uno de los círculos del infierno, masticaré el tabaco agrio de la rabia y procesaré de la mejor manera el dolor de una realidad inmediata:
“Yo fabrico espejos:
Al horror agrego más horror
Más belleza a la belleza.”
Juan Manuel Roca
Me detengo en los fragmentos de otros textos que incitan a la lectura de los libros, todo ello me devuelve al mismo tema; hace años era más honesto, y para mi no existía otra realidad fuera de la literatura, me gustaba saber que Patricia tenía su Torre, sus gatos y una colección de espadas. En el momento adecuado sabré tomar mi vida, creo que dije, no, era una balada, o un poema; hoy me tranquiliza reencontrarme con ella, Oscuro, en silencio, y constatar que sí es posible la coherencia, el estoico resplandor de un sentido, de una estética, la evidencia en los espacios que ha defendido Patricia.
Tranquilo, me gustan las sábanas limpias de los hoteles y de los hospitales, las almohadas largas y cubiertas por fundas de seda, el desayuno continental, el macchiato; me gustan las mujeres de boca grande y mirada irrepetible, mis camisas blancas, el olor a limpio, la piel trémula de la amante, el cerro, los detalles mínimos, mi espacio al norte de Londres, el tintineo de mis llaves en los bolsillos, una puerta, siempre una puerta de salida. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…