
La vida pudo haber sido distinta, nunca; no pudo, no existe el atenuante, la especulación es ociosa. En estas noches soñaba; caminaba por las calles de Londres o de Caracas; hace años y no ahora a pesar de ir al lado de Álvaro; hace años que no veo a Álvaro y él vive en Londres, caminábamos como siempre; en mi sueño él había cambiado; fue una paseo en el presente andado hace tiempo. Han cambiado muchas cosas; entonces el mundo estaba dividido en dos bloques muy definidos (dos poderes detestables), Bob Marley cantaba con su banda en un pub de Brixton y en el lugar donde filmaron los conciertos de Nueve Orgasmos vimos películas de Sex Pistols. No tenía nada claro sobre mi vida, ni siquiera vivirla, me levantaba y vagaba por los parques o me iba a una academia de pintura a ver a las jóvenes de Adelaide hacer bosquejos de anatomía en carboncillo; al día su óbolo, su oración; caminábamos y cuestionábamos al poder, más tarde haríamos lo mismo en Caracas, eran largas caminatas, comíamos ponqués de cannabis, el cielo se cruzaba de relámpagos sobre las estructuras victorianas, sobre las casas de ladrillos rojos de Belzeizes Park; los parroquianos iban con aires de Boris Karloff, sombríos; nos reíamos de esas tonterías, del sepia, del blanco y negro, de la azulada tormenta de la noche londinense; desembocábamos al oeste, llegábamos hasta más allá de Kensington; los comercios hindúes dejaban escapar el irritante olor de sus especias, el sauna del curry; los negros de Trinidad vivían en Portobelo y en Portobelo vivieron mis amigos antes de conocerlos, vivió mi tío cuando tuvo que vivir en Londres, fue el espacio de las primeras comunas en los sesenta. Álvaro me contó que en la casa en la que ellos estuvieron, Mick Jagger filmó una película sobre gánsters ingleses; no es lo mismo, son gansters distintos, creo que me insistió: un hombre duro del Soho se esconde en una comuna y allí vive experiencias al límite con Mick, los hongos, el sexo y el ácido; era una película de bajo presupuesto: Performance. Los sueños duran poco, dicen que no más de dos o tres minutos, pero yo estuve soñando toda la noche, cada vez que me despertaba y me desperté muchas veces, soñaba lo mismo, andaba con Álvaro, era mi tío, eso me dijo una noche de diciembre hace muchos años: fui a una fiesta y me enamoré de una pelirroja de Zimbawe, el amor no duraba más que unas horas y tuvimos malos entendidos, no nos comunicábamos muy bien, a lo mejor era activista contra el apartheid, yo me empeñaba en verla como una segregacionista blanca, pudo haber sido el amor de mi vida, adoré sus ojos transparentes, las pecas de su cara, sus labios grandes; por Dios, qué sabía yo de segregacionismo, por entonces repetía muchas frases hechas, no supe hablar con ella y no había leído a autores surafricanos, me volví a casa y anduve con un peso doloroso sobre las puntas de los pies, caminaba a rastras y en mi ánimo imperaba la obstinación, todos hacían diligencias para que yo entrara a una academia a estudiar cine, tenía que enseriarme, aprender bien el Inglés, irme a casa de unos amigos de Gales y hacer vida de campo, el plan era perfecto; y no sé dónde comenzó el quiebre, pude haberlo conversado en estos sueños; los sueños son despóticos, dictan el libreto y nadie puede saltarse una línea, y en las líneas del sueño no estaba contemplado hablar de los desaciertos ni de los resentimientos; ambos deseábamos hablar, comentarnos cosas, pero Alvaro sólo me dijo en el sueño: me enfermé por haber tomado una pócima química; pensé en la alquimia y vi su abdomen, tenía el abdomen de quienes han tomado fósforo, eso pensé en sueños; en aquella época todo era más simple, ser de izquierda nos confrontaba con el poder, condenábamos a los soviéticos, a su intervención en Afganistán, al estado opresivo en Alemania del este; era tan aberrante como la dictadura de Pinochet, y la intervención en Vietnam fue oprobiosa; hablábamos mucho de la situación de los mineros en Escocia, la recesión, del Ejército Republicano Irlandés e íbamos a los Jumble Sale con Martin, él sabía buscar bluyines y sacos para el invierno. El Adversario era todo aquello que restringía la voluntad individual y colectiva, cualquier fuerza segregacionista, recordé a la mujer de Zimbawe, la he recordado fuera del sueño luego de tanto tiempo, y me levanté y sentía ganas de hablarle a alguien de mi sueño, no pude sino medio escribirlo en un correo electrónico, estaba movido, me desperté; el sueño no me dio la oportunidad para decirle a mi amigo, fueron buenos tiempos y debemos vernos de nuevo para hablar, estuve en Londres hace casi dos años y busqué la casa donde vivían, quería mostrarle a mi hija dónde fui feliz, y nadie me supo dar razón de ustedes, mis amigos; convirtieron los squoters en condominios, y se veían tan iluminados como siempre, cuando eran squoters; sin Franz, sin Lanz, iluminados, el 20, el 24, el 28 de Fleet Road, sin Gilbert el gato. No pude decir en el sueño: le dejé escrita una carta a Pauline, los esperé en vano en el Instituto Cervantes. Los eventos pasan y poco se puede corregir, hoy he comenzado a escribir un diario a mano, y continué obsesionado con mi vida inglesa; ahora son las cinco de la tarde, me he pasado el día esperando una llamada del centro que otorga pasaportes de emergencia, debo viajar a Albuquerque y responder a un compromiso, no llaman, sólo queda el día de mañana; veo al diario junto a mí, tomo los lentes, me revienta pasarme las tardes en casa: recuerdo una tarde de invierno, lavaba mi ropa al final de Fleet Road, donde comienza Hampstead, tomaba té o café aguado y caliente con Álvaro, era invierno y estábamos prolijos, recién bañados, estábamos bendecidos por la luz oblicua bajo el cielo transparente, felices por nada; irónicos, a él le debo la vena insoportable de la ironía, y libres; sin proponernoslo elaboramos una hipótesis, lo hicimos, estuvimos seguros o de acuerdo: los sueños son opresivos, en ellos perdemos por completo el control. No pude hablarle al amigo. También me es difícil aceptar la tiranía del pragmatismo; es tarde, no me han llamado, espero aún por el pasaporte; leo El viento de la luna y me provoca responder a cualquier pregunta, como lo hace al final el coronel de la novela de García Márquez: ¡Mierda!
Mis ejércitos soñados, derrotados sin haber existido,
Mis cohortes aún por existir, deshechas por Dios
Fernando Pessoa