Una vez dijo ella, luego de ver por la ventana del cuarto donde estábamos, que se vaya todo al carajo. Fui feliz.
Es un error creer que todo vale a no ser que se posea el coraje para hacerlo valer todo.
Es un error creer que todo vale a no ser que se posea el coraje para hacerlo valer todo.
Es deplorable y cobarde.
Detesto afeitarme, detesto envejecer; evadir ambas acciones es inútil; podría dejarme crecer la barba y sería un hombre barbado como voy siendo un hombre viejo; viejo y barbado, me niego, al menos barbado; ahora he bebido dos copas de tequila reposada, muy fría; tenía tiempo que no sentía la extraña y agradable sensación del dopaje, quiero morir entonces, leer a Fernando Pessoa, sentir envidia del ajeno disfrute amoroso, la bestial consagración de los placeres. Tantas convenciones; si al menos pudiéramos hacer lo deseado en una tercera parte; si nuestro deseo fuese del tamaño de un grano de mostaza le diríamos a la mujer amada ¡Ámame para siempre!... y no lo haría: derrumbaría su goce sobre nosotros, abjuración, lujuria y avaricia, negación, abandono; sería ella, concedería el mar, los borbollones y sus babas, el hervidero de mil orgasmos en la punta de un beso o en la cabeza de un alfiler bermejo; sentido de vida, ser acabado, tirado, cogido, bañado, muerto en las nupcias y en el adulterio ; el último vuelo del zángano manifiesta la bondad divina, el medio y el fin. No me gusta dormir la siesta, despierto de mal humor y pensando mal de la vida; la vida no es bien intencionada; yo siempre he jugado a crear mundos alternos mientras vivo hacia la muerte y no explicaré a nadie el propósito de aquella frase de Gustav Flauber, Madame Bovary c´ets moi; diré sólo: la frase me embruja, me seduce, me derrota y reivindica en la ficción, en todas sus posibilidades, en la realidad negada, amada e imposible, dibujada y recreada hasta lo insano, nostalgia por la belleza, la renuncia obligada a ese lugar y momento en el que pudimos haber sido felices; estupideces que no dicen nada en tiempos turbulentos, rezo junto a Pessoa: señor llegó la noche y el alma es vil/!Tanta fue la tormenta y la voluntad¡ Nos quedan hoy, en el silencio hostil/ el mar universal y la saudade
Detesto afeitarme, detesto envejecer; evadir ambas acciones es inútil; podría dejarme crecer la barba y sería un hombre barbado como voy siendo un hombre viejo; viejo y barbado, me niego, al menos barbado; ahora he bebido dos copas de tequila reposada, muy fría; tenía tiempo que no sentía la extraña y agradable sensación del dopaje, quiero morir entonces, leer a Fernando Pessoa, sentir envidia del ajeno disfrute amoroso, la bestial consagración de los placeres. Tantas convenciones; si al menos pudiéramos hacer lo deseado en una tercera parte; si nuestro deseo fuese del tamaño de un grano de mostaza le diríamos a la mujer amada ¡Ámame para siempre!... y no lo haría: derrumbaría su goce sobre nosotros, abjuración, lujuria y avaricia, negación, abandono; sería ella, concedería el mar, los borbollones y sus babas, el hervidero de mil orgasmos en la punta de un beso o en la cabeza de un alfiler bermejo; sentido de vida, ser acabado, tirado, cogido, bañado, muerto en las nupcias y en el adulterio ; el último vuelo del zángano manifiesta la bondad divina, el medio y el fin. No me gusta dormir la siesta, despierto de mal humor y pensando mal de la vida; la vida no es bien intencionada; yo siempre he jugado a crear mundos alternos mientras vivo hacia la muerte y no explicaré a nadie el propósito de aquella frase de Gustav Flauber, Madame Bovary c´ets moi; diré sólo: la frase me embruja, me seduce, me derrota y reivindica en la ficción, en todas sus posibilidades, en la realidad negada, amada e imposible, dibujada y recreada hasta lo insano, nostalgia por la belleza, la renuncia obligada a ese lugar y momento en el que pudimos haber sido felices; estupideces que no dicen nada en tiempos turbulentos, rezo junto a Pessoa: señor llegó la noche y el alma es vil/!Tanta fue la tormenta y la voluntad¡ Nos quedan hoy, en el silencio hostil/ el mar universal y la saudade