El sacerdote desciende por una trocha caliza desde las altas grutas de su montaña sagrada y con su báculo ungido por la sabia de su estirpe se encamina para juzgar a la perrilla; de ésta manera sucede, apenas aclara y las últimas estrellas titilan con la oscuridad profunda del declive matutino; la luna variable mengua y los colores de los harapos del hierofante huelgan en su diversidad, son retazos y parches; y cubren su frágil y castigado cuerpo. Esta cerca de la piedra sacramental, limpia y lisa; allí han muerto los mejores y los peores; también algunos que no debieron morir; el tabernáculo es un espejo gris bruñido por las confesiones crueles de los unos y de los otros; todos participantes de las fiestas de equinoccios. Y, desde las profundidades húmedas de las selvas, sube la frágil estampa de una perrilla, deja sus huellas por caminos estrechos y arcillosos, es macilenta y hermosa; el hambre ancestral de las criaturas desleales la estilizan salvaje y vulgar. Olisquea los escondrijos de armadillos y hurga con sus patas las hoyancas donde yacen desmembrados los huesos de sus víctimas atávicas; dobla su cuerpo a la vuelta de los caminos, entre el follaje de una flora apabullante y la sobrevuelan mariposas verdes mientras los lagartos sacan hieráticos sus lenguas lujuriosas. El sacerdote y la bestia se baten entre dentelladas verdosas y razonamientos lúcidos, se retan sin asombro o inquietud; ella ataja su escudriñador apetito sobre el azafrán de uno de los retazos del hábito del místico; él escruta despojado de interés el costillar de la criatura y se conmueve, como es natural, acaricia un recuerdo: el tañar de las liras en los palacios devastado por las pestes de una Caldea inmemorial. Ambos celebran la salida del sol, deponen sus prevenciones ante la majestad de la irrupción desde los abismos de aquella esfera de fuego y en torno a la piedra comienza el diálogo definitivo de una mañana irrelevante en el tiempo ilusorio:
- ¿Algo para mí?
- Una obscenidad
- ¿Tus genitales?
- Mucho más
- Entrégalas, ponlas en mis alforjas, no guardes reservas
- - antes dime ¿quién ha escrito éste guión?
- Lo ignoro, no soy omnisciente
- ¿Nuestro padre?
- El ácido cagajón de un zamuro, el rector de los juegos, un escritor carroñero o los padres, ellos esperan mucho y escriben un libreto absoluto
- ¿Eres libre?
- Por respeto a los huesos dispersos en las hoyancas de este lugar, no blasfemes.
- No llevas collar
- Soy libre
- ¿Y el argumento, las secuencias, el guión y los anhelos de tus padres?
- No lo sé
- ¿Copulaste, tuviste hijos y llevaste la madriguera?
- No lo sé
- Ellos nos crearon
- …
La luz del día desdibuja los colores de la túnica sacerdotal, desnuda al hombre santo y lo desaparece; la perrilla salta sobre la piedra de los sacrificios y se tiende sobre su costado derecho; saca la lengua, cierra los ojos, deja escapar un hilo de baba y dibuja un lago viscoso sobre el pulido altar.
Despierta tarde, salta de la cama y comienza el día como siempre, una rutina pertinaz, apegada a sus detalles en un cuarto de espejos, está segura, es cierta; trata de no pensar en la sucesión arcana de secuencias idénticas e inútiles, y se refugia en la pesadilla recurrente, ojala y tuviera una pesadilla similar hasta el día de mi muerte. Es por papá y mamá. Sólo un pequeño esfuerzo; no variará en los días malos, los de mis fugaces e ilusorias rebeldías.
Antes perra que perrilla
- ¿Algo para mí?
- Una obscenidad
- ¿Tus genitales?
- Mucho más
- Entrégalas, ponlas en mis alforjas, no guardes reservas
- - antes dime ¿quién ha escrito éste guión?
- Lo ignoro, no soy omnisciente
- ¿Nuestro padre?
- El ácido cagajón de un zamuro, el rector de los juegos, un escritor carroñero o los padres, ellos esperan mucho y escriben un libreto absoluto
- ¿Eres libre?
- Por respeto a los huesos dispersos en las hoyancas de este lugar, no blasfemes.
- No llevas collar
- Soy libre
- ¿Y el argumento, las secuencias, el guión y los anhelos de tus padres?
- No lo sé
- ¿Copulaste, tuviste hijos y llevaste la madriguera?
- No lo sé
- Ellos nos crearon
- …
La luz del día desdibuja los colores de la túnica sacerdotal, desnuda al hombre santo y lo desaparece; la perrilla salta sobre la piedra de los sacrificios y se tiende sobre su costado derecho; saca la lengua, cierra los ojos, deja escapar un hilo de baba y dibuja un lago viscoso sobre el pulido altar.
Despierta tarde, salta de la cama y comienza el día como siempre, una rutina pertinaz, apegada a sus detalles en un cuarto de espejos, está segura, es cierta; trata de no pensar en la sucesión arcana de secuencias idénticas e inútiles, y se refugia en la pesadilla recurrente, ojala y tuviera una pesadilla similar hasta el día de mi muerte. Es por papá y mamá. Sólo un pequeño esfuerzo; no variará en los días malos, los de mis fugaces e ilusorias rebeldías.
Antes perra que perrilla