viernes, julio 24, 2009

Gobi


Puso un abrigo de lana sobre los hombros de su túnica, se recogió las mangas y luego miró el planisferio, apenas su rostro dibujó un gesto, el cálculo exacto, dos jornadas a través de las montañas al sur de Hovd; viajarían de noche y de día se esconderían en las cuevas mientras estuvieran descendiendo por las faldas de las montañas buscando los límites de Gobi; el sonido de los bronces pendientes al cuello de las bestias, los prevenían de los asaltos fortuitos de las caravanas predadoras; siempre atentos, siempre a la guarda y solo con un breve descanso para tomar el té y distraerse; al fin llegaron al pequeño pueblo donde toda mujer es una prostituta venerable; sus dientes blancos de carnívoras feroces y sus alientos de fuertes fragancias de leche de cabra y miel o de la savia de espigas doradas y urticantes, aliviaron las ansiedades del los nómadas; podía dejar de usar el abrigo de lana y ponerse uno de piel de cordero, el aullido de los lobos recogíeron al durmiente en sus noches livianas; dentro de su tienda y luego de yacer en su catre con los brazos cruzados detrás de su cabeza, hizo llamar a la núbil iniciada y comenzó a acariciar su destrenzada cabellera, las fatigas de sus viajes lo convirtieron en un amante precavido; entonces recordó a Zoraida, aquella joven gacela de las vertientes afganas, nunca bailó con ella ni gozó de las horas posteriores al abrazo, a pesar de su tránsito lento y de las recurrencias a su pueblo, fue vertiginosa e inolvidable su aventura; sonreía con el recuerdo de su vulgar e ingenua hechicería, las muestra descarada de su deseo transgresor; apenas tuvieron dos encuentros, uno para bañarla fuera sobre sus senos y su boca, otro para derramarse dentro, tibio y vulnerable; Gobi conoce la virtud de las mujeres entendidas, beben sus cocidos y hacen abluciones en sus termas, si se corre con suerte se es asistido en una reunión escandalosa bajo el plúmbeo cetro de la luna; leche y agua de melaza, lámparas de cristales índigos y aceites de viejas osas; pasado los días el viajero se puso el abrigo de lana sobre los hombros de su túnica y prosiguió el camino, junto a los suyos a treavés de los valles hasta el desierto turbulento y las llanuras confusas del sur; habría de ver a Zoraida de nuevo, las sagradas mujeres de Altai juraron haber tejido la trama, no sería joven ni hermosa, y su cuerpo exhibiría los estragos de las sucesivas estaciones, pero mantendría las termas calientes y recibiría de él sus bendiciones, sería acogida en su tienda y bañada por los jugos de su tallo adrupado de crásula, ella lo acompañaría en su descenso al Cáucaso. Toda una vida.

Tercer día de Cuaresma

  Memento Mori Israel Centeno Si solo das cuenta del afán y los éxitos, darás cuenta del costo. No hay victoria sin precio, ni altar sin fue...