Hay un problema existencial y si acaso, denotativo del ser opositor alimentado de manera descarada por Hugo Chávez y sus estrategas. El complejo de superioridad.
Muchas personas, siempre sesudas y audaces, califican el fenómeno político que vivimos de una manera adjetiva. Lo conceptúan descalificando, acusan la falta de argumentos con pobres argumentos o con otros descalificativos. A una abstracción le oponen otra abstracción. Tienen explicaciones simplistas, muy básicas, por ejemplo: quienes dirigen esta revolución, no tienen consistencia intelectual, son cuanto menos ineficientes y bastante brutos. Perfecto. Entonces ¿Dónde quedan aquellos inteligentes que han diseñado las más diversas estrategias y discursos de oposición, luego de once años de fracasos? Excusas siempre habrá, pero un hombre o mujer de a pie, un profano, sentirá al menos desconfianza si no rechazo y estimará aún más incapaces e inconsistentes a los que se desgañitan por la libertad en abstracto y verá con recelo sus propuestas.
Ha sido una constante decir que este gobierno militarista y autocrático de vocación totalitaria, es premoderno. También habría que preguntarse, luego de once años de dinámica política, en la que hemos visto convertirse marchas combativas en bailoterapias, insurrecciones en actos autodestructivos, alzamientos en parodia, elecciones y referéndums en fraudes sin padres ni hijos, populismo bueno y libertario contra populismo malo y comunista; y ante las promesas de una parte de quedarse por siempre en el poder se contrapone la peomesa de la otra parte negociadora siempre a punto de retomar el camino de una democracia civilizada.
¿Qué tan premodernos lucen los modernos al armar sus agendas políticas a partir de los reality show del dictador?
El complejo de superioridad a veces esconde muchas carencias, una autoestima golpeada y otras patologías más bizarras. Flojera intelectual, apatía y plagio. Otras veces sencillamente oculta una hedionda mediocridad.
Cubrir con la luz, la verdad pontificia del predicador “moderno” a una parte y a la otra con la sombra, la maldad y la brutalidad desnudas, nos ha impedido avanzar con más asertos en la comunicación real con la gente, generar menos rechazo, salirnos del esquema de la lucha de castas o de clases, nos ha dificultado escuchar y leer al país, vencer la polarización para continuar reafirmandonos soberbios y acríticos junto a los mariscales de la derrota, intrépidos peritos en la elaboración de agendas y luego, junto a las muchas viudas del proceso en curso, inscribirnos como legiones angelicales en esa luz oscurecedora: la verdad.
Si no lo hubiese hecho Pilatos, me atrevería a preguntar ¿Qué es la verdad?
Descalificar al teniente coronel a priori y con una reactividad empapada en adrenalina, por ejemplo, nos imposibilita ver en contexto el fenómeno, nombrarlo, darle un marco en el escenario geopolítico. Esto que vivimos no es un delirio montonero del siglo XIX, es una visión del mundo, un eje que se estructura, no sólo en parte del continente, es una visión universal sobre el poder. No es casual, no es un delirio, ni una improvisación el alineamiento con los sueños nacionalistas del Nasserismo, el entronque con el ideario de aquellos grupúsculos marginales y violentos como el ejército Rojo de la Alemania de los sesenta (Baader-Meinhof), el núcleo matricial dónde se forma y crece Carlos “El Chacal”. También son los movimientos de liberación nacional del África, (allí se explica la oda a Idi Imin Dada y la carpa de Gaddafi) y la dinámica del fundamentalismo shiita junto al revisionismo neo nazi antisemita que se engrana en un oportunista y resentido discurso más antinorteamericano que anticapitalista para articular una contraofensiva de las corrientes del pensamiento totalitario, derrotadas el siglo pasado en dos guerras mundiales y en el desmantelamiento del bloque estalinista.
Sería interesante que todas aquellas personas quienes se apresuran a hablar de inconsistencia, de debilidad intelectual y de quincallería ideológica, repasaran los diarios y el pensamiento político del Che, porque los tenía, buscasen además en los archivos de Gamal Abdel Nasser y se detuvieran a estudiar los documentos y el proyecto de la Tricontinental, movimiento auspiciado por Cuba en los años sesenta; que escudriñaran en los discursos de Nasser, y en las notas del libro verde de Mohamed el Gaddafi, los contrastaran con el leninismo permutado, el revisionismo neo nazi de este siglo y luego supieran, apartando esa mirada de inteligente modernidad, establecer el baremo para mesurar el cuerpo, el volumen y el radio de estas realidades, que tal como lo soñara Ernesto Guevara, buscan sembrar al mundo no de uno, ni dos, ni tres, sino de muchos Viet Nams.
Que lo hagan antes de exclamar, Chávez bruto, animal. Dictador. Vete ya.
Otra consideración distinta, a mi humilde entender, sería provinciana y quizá aún más premoderna que la que nos marcan el paso, con rigor marcial y a través de un show dominical.
A veces la razón de la sinrazón encarna al ver a tanta gente pendiente del programa presidencial, más que para analizarlo, para hacer catarsis, largar alaridos, exhibir superioridad de conceptos y dar su óbolo en la lucha contra el régimen en unas cuantas exclamaciones, tacles, frases hechas y otras más felices o creativas.
Es bueno hojear el Manifiesto del Partido Comunista, aquel panfleto del viejo Marx, para no olvidar que todo movimiento que se conciba y autodenomine revolucionario, además de guerrerista, aunque su bandera sea la paz de los pueblos, parte de la premisa de la universalidad de su concepto y visión del mundo. La Internacional, el remake de “proletarios de todos los países uníos” más que una consigna, es un mandato que nace cada vez que alguien, o una asociación totalitaria a lo largo y ancho del mundo, por modesta que sea, se plantea el asunto de la destrucción de la hegemonía occidental y de los cambios de los paradigmas globales.