by me
estaba de espalda a la
mujer y ella venía hacía él murmurando un mantra salaz, repetía consideraciones
sobre la libertad que nadie desea considerar cuando abraza al otro; estaba él de espalda con
la herida expuesta, era larga, iba desde el nacimiento del cuello hacia un
costado, el derecho, dibujaba una hoz, ella, al momento de pasear un
zumbido interno entre sus garganta y la nariz buscando equilibrar las
sensaciones de placer que le producía verlo tendido, pensó en lo difícil del
asunto, el amor no concilia con la libertad, sin embargo, el sexo sí, zumbó de
nuevo esta vez como si tragara una copa de atol, era una pequeña abeja reina,
zumba y traga, revolea y se deleita; recorrió con la mirada aquella herida
que la incitaba a lamer con ternura, a no dejar un espacio que escapase a su
boca, zumbaba y deglutía el néctar de su deseo, recordó el beso, pensó en
aquel primer beso mucho antes asaltar con su boca la boca del hombre herido tumbado en el diván, y
así sucedió exactamente luego: lo cubrió como el manto de una virgen, lo
cubrió con la carne húmeda de sus labios, lo abordó con la lengua que ahora lamía el dibujo de la hoz, esa forma cerrada del Omega invertido, así
ella, comprendía, que aquella era la mejor manera de restañar esa herida, sanar el
desengaño mutuo para volver y morder con sus filtros y acuerdos; libertad, una extraña palabra común, la mejor de
todas cuando han quedado todas las puertas abiertas en el dormitorio de una casa
sureña, una de esas mansiones señoriales que exponen a los amantes a la mirada de todo lo
que circunscribe.