tristes quedan las tardes de los otros, los más jóvenes, brotan de la vida como si de tierra abonada se tratase, esos son, me gustaría decir, quienes me roban el aliento, mi amor, esa es la verdad que no permanece; qué vivimos mi querida, el fracaso, el día que se perpetúa en el deseo de volver a tener no sólo el coraje sino la frescura, así va la mañana, con mucha lluvia y recuerdos, caen las nubes sobre nosotros en forma de alfileres, de dagas diminutas, estos recuerdos mi querida, tu has retomado la vida, has parido muchos hijos y luchas por mantener esa apariencia, la de ayer, la del otro día, no quieres entender, aunque bueno, anoche soñé que mi editor tenía la cara más dejada que nunca, su barba crecía hasta el abandono, y todos me dicen que está bien ¿ entiendes eso ? es el mismo sueño, siempre voy a tu casa que no es tu casa, ni es la mía ni es la de tu esposo, pero es una casa con paredes japonesas, enclavada en una montaña llena de escorpiones, es la casa donde es posible seguir amándonos como entonces, no importa cuantos hijos ni cuantas promesas le hayamos hecho a los otros, es ese el espacio, allí vuelvo a ti y no ha pasado el tiempo, no sé por qué mi editor tiene la cara tan avejentada, no sé por qué se ríe, pero lo hace, parece estar leyendo estas salidas, saca las cuentas y se felicita así mismo por no haberme editado los últimos sueños, el lugar es tu casa, tu casa no es mi casa, ni la casa de tu marido, es el lugar donde de nuevo te me abres como el sésamo y cruzas tus piernas sobre mi cuello porque has ganado flexibilidad y mañas para apretar, le queda jugo a la rosa y se puede pasar la lengua, entregarse al ocio y volver a creer posible esa gratificación que reivindica así, de tal manera, araña y red, eres tu y el universo de tus tejidos, de eso, y no de otra cosa se ríe el editor, tu marido y yo hemos desaparecido.