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Salvador Garmendia
Creía que en Venezuela la novela se había ido; o que por lo menos no estaba. La puerta había quedado entreabierta, y el olor seguía por aquí: pero sólo el olor, no sé si por nostalgia o precaución. En realidad, habíamos sido nosotros (los que creíamos tenerla sujeta por el pescuezo), quienes la habíamos dejado ir un día; y parecía que iba a seguir así por algún tiempo. Entonces, apareció Calletania e inesperadamente la novela vuelve a estar; la literatura suena otra vez muy de cerca. Reaparece la realidad inventando cosas; la poesía desenredando calles, cuartos, amaneceres y escenarios vacíos de los años cincuenta; en medio de una reposición de temas que parecían haber sido desperdiciados por cierta ficción sin salida; sexo, alcohol, narcóticos, revolución…
Esa gran intrusa en la cama, como la dibuja con amarga comicidad uno de los hilos de conciencia que sustentan la trama, el Coronel, en su arenga del desamparo y la desilusión: “No nos quedaba nada por compartir aparte de los discursos con los amigos comunes, cada vez más reducidos, más fastidiosos; los lugares que nos alejaban, a nosotros que habíamos llevado la revolución, esa estúpida ofrenda, ese inútil punto de convergencia, esa gran intrusa en la cama… “
Calletania, la novela de Israel Centeno (1958), obra de iniciación tal vez aceleradamente breve, parece todavía el desprendimiento de algo; pero un algo que sigue estando ahí, sonando más allá de las páginas; y en el cual nos imaginamos involucrados por uno y muchos puntos sueltos. Se trata, eso sí, de un golpe certero, de esos que dejan marca y prolongan su vibración por mucho rato. Todavía en la tarde, nos tocamos la parte magullada y decimos, ese muchacho pega duro. Porque Centeno sabe que la novela no es únicamente una escritura; pero es principalmente escritura. Que el lenguaje no juega solo; pero su juego es una virtud solitaria que ejercita y se sostiene sin salir de ella misma, agrediéndose como un tahúr que hace trampas. Así logra Centeno desenvolver una escritura narrativa capaz, perseguidora, acezante, dueña de sus secretos, hábil para mover sus piezas en el momento apropiado, desenfadada en el humor y el comentario irreverente; y sobre todo, inteligente y suspicaz, cuando la observación salta como una chispa de la llama que hoy nos envuelve a todos y nos recuerda que “la inestabilidad, el desconcierto, la zozobra, es lo que sustenta un sistema de libertades”.
“El diario de Caracas” 2 de agosto de 1992