sábado, septiembre 24, 2005
La Casa del Dragón (fragmento)
® Israel Centeno
Alfadil 2004
....Umbertino tiene que atravesar la ciudad universitaria para llegar al consultorio de Eleonora. A veces se pregunta si no sería más fácil tomar un taxi o irse en metro. Pero le gusta caminar. Integrarse al paisaje, sin importar cuán caótico sea. Las cosas estuvieron peor. Nunca se percató de las quemas de cauchos, los disparos de armas largas, de los levantamientos de barricadas. La ciudad fue siempre algo vivo que hacía bulla. En oportunidades se veía obligado a sacar su pañuelo para llevarlo a la nariz y a la boca. Los gases lacrimógenos pueden ser un problema. En aquellos momentos estaba inmerso en sus dificultades para relacionarse. Llevaba el peso del ridículo. El fardo bufonesco del que aún no se ha librado. Hay pausa. El país se tomó su tiempo. A pesar de algunos enfrentamientos eventuales, nada ocurre en realidad.
Ha seguido consultas diarias con su terapeuta. No es muy optimista. Sólo mantiene la íntima esperanza de que va a violentar la transferencia e ir más allá de las horas de tedio sobre el diván. No es recomendable tomar sesiones de análisis con una mujer hermosa e inmarcesible. El deseo de Umbertino no ha mermado a pesar de los hechos. Es un cazador y se debe a una presa.
La universidad también supo sobrevivir. Por sus pasillos y áreas verdes transita una fauna diversa y desentendida. Quizá por ello a Umbertino le gusta cruzarla día a día. Porque es incólume. Porque es eterna. Como Roma o como Grecia. Así lo dicen los ojos y los labios que le sonríen desde los cafetines. La vida en sus pasillos. Las caderas desnudas de las mujeres que pasan como si estuvieran frente a la Fontana de Trevi o rodaran la gran película de sus vidas.
No hace antesala en el consultorio de Eleonora. Hay un pacto de exactitud inviolable entre ambos.
Un consultorio debe ser limpio: Una biblioteca con libros anodinos escritos en otro idioma. Un escritorio pequeño, de madera. La mesa de centro y una esquinera. Ambas exhiben esculturas de marmolina. Formas indefinibles que rompen la armonía con sentido estético. Todo a cobijo de un cortinaje ligero por donde se filtra una luz naranja. El diván y luego, atrás, la butaca donde se sienta y cruza sus piernas Eleonora.
Ella es atractiva. Viste ropa ajustada y no oculta sus piernas. En rara oportunidad usa pantalón. Ella defiende el uso de las faldas. Hay quienes dicen que es una feminista con propuestas novedosas.
¿Cómo seguir adelante si ha quedado agotado con lo que ha escrito sobre Julia? Apenas comienza los primeros escalones por donde rodará a peso muerto hasta un desenlace que no termina de acusar.
Marita toma el espejo de la peinadora y ve su rostro. Son dos Maritas y una Laura. Sobre el hombro de Marita descansa la cara de la hermana, ambas sonríen, son tres en el espejo.
Siempre fue así. Ser gemelas tiene una connotación demoníaca.
Para las hermanas el mundo da vueltas como un tazón de ensalada. Ser idénticas es normal. La diferencia es una aberración intolerable. El otro. Los demás. Son parte de un azogue que distorsiona, por lo tanto no merecen demasiadas consideraciones.
En las fotos de familia se ven Las Gemelas en poses clásicas; incluso desnudas. Sus cuerpos rosa, desenfadados, moteados por el polvo. En las fiestas y cumpleaños llevaron siempre los mismos vestidos de seda y encajes entrelazados por cintas de colores distintos. Un punto para hacer una diferencia que desde entonces les resultaba intolerable.
Hay quienes dicen que son repulsivas por hermosas. Sus caras son redondas, tienen un ligero mentón que se escinde. Parecen gatas persas. Siempre han sabido mostrar una sonrisa amplia y espontánea. Una risa íntima y macabra.
Ellas vieron crecer de sus pechos las generosas glándulas que las caracterizarían. Continuaron idénticas. Primero un botón púrpura, un estallido en la piel, fruto que se expande. Los duraznos transitaron hacia los esféricos melocotones para terminar respingados como culos de peras.
Caminaron al mismo tiempo. Aprendieron a leer y a escribir de manera simultánea y compartieron los mismos gustos literarios y musicales. Llegado el momento, descubrieron el sexo a cuatro manos. Bajo el ombligo, en el lugar donde les había sonreído el ángel de las fuentes, las sensaciones les fueron revelando que justo sobre el “grifo” del orine, entre los tiernos labios, existía una gruta de terrenos accidentados. Unas hondonadas y unos caminos, la meseta de un pálido púrpura por donde asomaba una diminuta almendra que se endurecía al contacto de los dedos. Ambas unían sus pies y plegaban sus piernas para tocarse. Entre risas y fatigas persistieron en las tardes calurosas o en las noches de desvelo. Aprendieron que si movían sus yemas a un ritmo fluctuante, sostenido y perezoso, la circunferencia se ampliaba en justa proporción con el sentimiento de placer hasta alcanzar el arrebato de una intensidad exponencial que las abismaba a un infinito incierto. Les cambiaba la voz, ocultaban sus graves aullidos en la carne de sus hombros: “préstame un hombro hermana que deseo llorar toda la vida”. Hundían sus dedos, justo debajo: falange, falangina y falangeta, una y otra vez hasta que las vencía la irritación y el cansancio.
A Marita y a Laura no les quitó el virgo un extraño. Las bailarinas y las gimnastas pierden el himen al ejecutar sus ejercicios. Al menos es la excusa. Las Gemelas lo perdieron al hurgar el sésamo donde se escondía el tesoro voluptuoso.
Hembras, un poco más allá de la adolescencia nunca dejaron de hacer lo que debían hacer.
Las Gemelas eran flexibles en asuntos de moral. Sus principios variaban según la complicidad pautada. De tal forma, hombres y mujeres perdían la cabeza y competían por ser merecedores de sus dádivas sexuales. Fantasía y delirio de todos, Marita y Laura se convirtieron en un símbolo bifronte, en las dos gracias. Más tarde Umbertino le acotaría a la analísta que no dudaría en llamarlas las dos desgracias.
Umbertino hizo una pausa. Buscó sosiego en los ojos de Eleonora. Sus ojos transparentaban al cuarto, la cara oval del paciente, sus lágrimas o los sudores. El paciente inquiría una palabra, un gesto. Ella permanecía inmóvil. Un ligero movimiento de piernas. Una contracción imperceptible. Nada más.
Una tarde, Las Gemelas asistieron a la cátedra electiva sobre Crimen y Castigo. Fue allí dónde las conocí. Marita y Laura habían intercambiado miradas que iban más allá, en significado, que un crimen y un castigo. Yo las abordé. Les dije que me encantaría discutir sobre la culpa y la herejía en Fedor Dostoyevski. Las hermanas sonrieron. Yo no sabía cuál de las dos me atraía con más fuerza, me mordí el labio inferior y sentí cómo las pulsaciones se me desbocaban. Bajo el toldo de un café, lejos de las manifestaciones callejeras, con algunas detonaciones de fondo; siempre al aire libre, el grupo pidió tres capuccinos. Luego, bebidas dulces. Resultaba excitante ver correr la menta y la crema de leche por la comisura de los labios de Laura. Tuve la sensación de que toda mi porcelana interna percutaba cuando Marita me sorprendió con una sonrisa cubierta por los espumarajos de un Curazao.
¿Cuál era el crimen y por qué el castigo? Enunciaron a dúo Las Gemelas. Si alguien decidía transgredir las convenciones para procurarse el efímero momento que le da sentido a la vida ¿Quién pondría la espalda para llevar el fardo de su culpa?
Umbertino se detuvo. Sintió que el consultorio le daba vueltas. Necesitaba una palabra en ese momento, un gesto, un pase mágico de afecto. Pero la analista mantuvo su silencio terapéutico mientras comprimía aún más las piernas.
Decidimos probar nuestra teoría. Nos abrimos paso en una ciudad congestionada por su historia y alquilamos la habitación de un hotel. Me dejé vendar los ojos por ambas. Pusieron sobre mi rostro un pañuelo azul; luego, me desnudaron. Cuando cayó la venda los significados perdieron el sentido justo frente a aquel hombre quien, como Alicia, se encontraba en un mundo especular.
¿A quién le chupo el coño primero? Pregunté ¿Cuál de ellas me hizo girar de espaldas y montó con rudeza sobre mis caderas? ¿Cuál me recibió con los brazos abiertos y las piernas cerradas?
¿Dónde comenzó el camino que me condujo a La Casa del Dragón y a la locura? ¿Cuál a ti, impávida y lacaniana Eleonora?
Laura sonríe al someter de un mordisco el badajo de Umbertino. Marita mira por la ventana, una ciudad se enfrenta a otra y otra se mantiene indiferente. Su culo es grande, duro y generoso, sus tetas se asoman a la noche despejada, ligera, azul.
Mi error fue haberme sentido seguro. Creí que podría impresionar a las hermanas con las manipulaciones de siempre sobre el bien y el mal. Era un hombre que merecía a aquellas dos mujeres.
El pecado de soberbia es el pecado que con más dolor se expía. Era joven, fuerte. Había esculpido al detalle mi cuerpo. Los amigos le auguraban el poder incursionar sin tropiezo en el mundo de la putería. Sería un puto cultivado. Sabría elegir las partitas de Bach para violines al maricón de turno o a la pareja liberal y como preámbulo a las caricias entre copas de vino blanco, hablaría sobre los últimos e infames años de Stefan Zweig. Yo, en todo caso, había decidido tirarme a todas las mujeres que las circunstancias me brindaran. Mordería toda carne que mereciera ser mordida.
Los amigos no se burlaron de Umbertino. El era como Paris en el jardín con la manzana de oro en las manos. Había nacido para ser cuando menos un buen amante inspirado en las aventuras de un Don Juan. Todo iba sobre rieles en mi vida hasta el día infausto en el que colisioné con Marita y Laura.
supo de Las Gemelas mientras hacía barras en una de las colinas del cerro. Estaba solo, la gente había dejado de subir por temor a los disturbios. Supe de Las Gemelas mientras marcaba mis músculos con esfuerzo y me reté entonces: las haría diferentes: Les reventaría el coño de múltiples formas. Pedirían piedad. No existiría orificio vetado. “Dejaré a mi paso devastación y sordera”.
Aquella tarde, cuando fue a la clase electiva sobre Crimen y Castigo, estaba seguro de que se cogería a ambas sin necesidad de convertir su conquista en una hazaña. Se desquitaría por Lila. Se desquitaría por Julia.
- Hasta aquí llegó el imperio de Las Gemelas – se dijo y embistió.
En el café, bajo los toldos, aquella tarde cálida de Caracas, lejos del bochinche, cometió el primer error. Acepté bebidas dulces. Luego del capuchino, Umbertino ha debido pedir whisky, como siempre. Marita, moviendo su nariz pecosa, le pidió que las acompañara con un licor.
- Yo no bebo dulce.
- Es un capricho de mi hermana – espetó Marita- que debe convertirse en orden para un hombre como tú.
Y qué con eso. Venga el licor. Que sea un Grand Marnier o dos o tres. Es poco el precio por darles por el culo a ambas, pensó mientras plegaba el labio y les mostraba una media sonrisa. Bebimos con despreocupación y llegamos a algunas conclusiones sobre el transgredir y el pagar, la culpa y la expiación.
Era estúpido que Umbertino pensara que irse a la cama con dos mujeres, hermanas y gemelas, significara transgredir algo. Segundo error.
Comprar una botella de Grand Marnier para empinármela sin medida y dejarme poner el pañolón azul como venda, se puede agregar como un tercer error.
Marita y Laura se desnudaron, estaban firmes y plantadas sobre sus carnes. Dos mujeres de cuerpo broncíneo que reflejaban uno al otro. Comenzaron a darme almohadazos hasta aturdirme. Se hicieron perseguir por el cuarto. Yo, desnudo, vendado y aturdido, lanzaba mis manos a ciegas para atraparlas. Las hermanas le impusieron que se detuviera, que se quedara firme.
- Pocas personas logran distinguirnos. ¿Serías tú capaz de decir quién es quién? Usa primero el tacto. Ven.
Me apresaron. Una de Las Gemelas se acercó a mis espaldas. Rozó sus pezones en mi carne mientras me obligaba a arrodillar. La otra se inclinó hacia adelante y le puso las nalgas en la cara. Me pidió que la acariciara, que le metiera mano de atrás hacia adelante, que mojara mis dedos en su coño y que luego me trajera los labios de su vagina hacía mi, que intentara olerlos, que intentara besarlos. Me ordenó que le lamiera el culo. Y luego, dijera a cuál de las dos besaba.
Recibió un nuevo golpe con la almohada. Fui despojado de la venda. La habitación daba vueltas. El mundo no era el mismo. Estaba en una burbuja de azogue. Un espejo. Sentí que mi figura se hacía doble. Marita lo empujó con ambas manos sobre el cuerpo de la hermana. Esta me recibió con un mordisco en el cuello. Se apretó en un abrazo a mis espaldas y me susurró.
- ¿Quién soy, hijo de puta? ¡Ven a cogerme ahora, cabrón!
Umbertino trató de darle un sentido correcto a sus caderas pero fue detenido por las manos de Marita. Me abrieron las nalgas. Recibí un lengüetazo, otro y otro. Luego tres dedos untados de lubricante lo penetraron. Cuando pensó en liberarse del juego y sacudir con fuerzas aquel cuerpo tallado, Laura comenzó a lamerle la punta del glande. Mis sentimientos eran confusos, se lo metió en la boca, se tragó mi verga, la mamaba a ritmo lento. Los dedos de Marita buscaron acomodo, Laura continuaba succionando como si quisiera extraer veneno de una herida. Y me llegó el vértigo, iba y venía, todo se agitaba dentro. Pensé en Raskolnikoff, pensé en los momentos efímeros de Severo Sarduy y grité, justo antes de vaciarme recibí un mordisco, pequeño e incisivo en el glande. Marita hundió todo el puño dentro, exploté y bañé de esperma grumosa y adolorida el rostro de Laura. Ella continuaba preguntando.
-¿Quiénes somos?
Tumbado, desde el piso de la habitación vio el culo de Marita. Ella miraba por la ventana del cuarto de hotel, buscaba una constelación o una respuesta, la ciudad crepitaba, se podía escuchar lejos el murmullo de una multitud. Antes de perder el conocimiento o la cordura respondió.
- El demonio.
The Poe Project : A Literary Mystery of Legacy, Intrigue, and the Supernatural The Poe Project is a gripping historical mystery set again...
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" ("La novela de la lujuria"). Subiré al taburete, me atarás la cuerda al cuello, me excitaré durante un momento. Despué...
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cruzo la noche río de espumas ciénaga pútrida lago en deshielo