Mi querida amiga,
La sensatez nos dice que las cosas de la tierra bien poco existen, y que la verdadera realidad está sólo en los sueños. Para digerir tanto la felicidad natural cuanto la artificial, es ante todo necesario tener el valor de tragarla; y quienes quizá fuesen merecedores de la felicidad son justamente aquellos a quienes la felicidad, tal como la conciben los mortales, les ha hecho siempre el efecto de un vómitivo.
A los espíritus necios les parecerá singular, e incluso impertinente, que un cuadro de placeres artificiales esté dedicado a una mujer, la fuente más común de placeres naturales. Sin embargo, es evidente que, de la misma forma que el mundo natural penetra en el espiritual, le sirve de alimento y concurre, así a producir esa indefinible amalgama que denominamos nuestra individualidad, la mujer es el ser que poryecta la mayor sombra o la mayor luz a nuestros sueños. La mujer es fatalmente sugestiva; vive una vida distinta de la suya propia; vive espiritualmente en las imaginaciones que atormenta y que fecunda.
Por lo demás muy poco importa que se comprenda el motivo de esta dedicatoria. ¿Es siquiera claramente necesario, para lel contento de un autor, que un libro cualquiera sea comprendido, salvo de aquél o de aquélla para quien ha sido compuesto? Finalmente, por decirlo todo, ¿Es indispensable que haya sido escrito para alguien? En cuanto a mí, siento poco gusto por el mundo de los vivos, - que como esas mujeres sensibles y despreocupadas, las cuales, según se dice, envían por correo sus confidencias a amigos imaginarios--de buena gana sólo escribiría para los muertos.
Pero no es una muerta a quien dedico este pequeño libro, es una que, aunque enferma, está siempre viviente y activa en mí, y que ahora vuelve todas sus miradas al cielo, ese lugar de todas las transfiguraciones. Porque el ser humano goza del privilegio de poder obtener sus placeres nuevos y sutiles hasta del dolor, la catástrofe y la fatalidad, al igual que de una terrible droga.
En este cuadro verás a un paseante sombrío y solitario, sumergido en la ola movediza de las multitudes y que envía su pensamiento y su corazón a una Electral ejana que enjugaba antaño su frente bañada de sudor y refrescaba sus labios apergaminados por la fiebre; y adivinarás la gratitud de otro Orestes cuyas pesadillas has velado a menudo y cuyos espantosos sueños disipabas con mano leve y maternal.