Habría que ver en otro contexto qué tan traviesa hubieses sido, sólo cuento con un par de referencias manipuladas y esa pequeña vida expuesta en una historieta dulzona de tres meses, no fueron tantos años, suma el tiempo real y da eso, pocos días, una suma de algo, no hablemos más sobre el asunto.
Tuve un sueño raro, estaba en una taberna, bebía y cantaba, lo hacía con énfasis, tenía una relación vaga con una asiática y otra mujer de rasgos más benévolos, no había vueltas, de allí saldríamos forrados de explosivos, luego vi la cosa, la ciudad se llenaba de gritos y la gente gritaba en lenguas mientras corría la onda frenética o el latigazo de la fatalidad, moriría, ese era el asunto, nunca se muere en una sueño: le miré los ojos negros a la asiática, su pelo brillante y la oscuridad de sus carcajadas develando el secreto, estaba envuelto en una situación imprevista y no podía desentenderme y por eso alcé la copa y luego bebí, entonces apareció mi amigo con su cara regordeta y pálida, muy poco pelo recogido en una cola, estaba alegre, era una casualidad impertinente, una injerencia del azar, levantó su mano, saludó desde el otro lado de la vitrina y se alejó con ese gesto, la ciudad era Madrid, Atenas o Roma y se correspondía con los avatares de una isla al oriente y al sur, en El Pacifico; cómo carajo haría para despertar, no quería morir de esa manera, implotando las entrañas de una ciudad amada.
Mi abuela soñó hace años el fin de mundo en Agadir y lo contó espantada antes de que todo sucediera, al levantarse, mientras preparaba el café, horas más tarde Agadir fue arrasada por las aguas y sepultada por la arena, muchas veces sucede, no me he podido liberar de la sensación de inminencia, siempre sucede algo en el mundo, nadie debe abusar de la osadía de un oráculo o de una pesadilla, pero hay signos y ellos se invierten, pasará el día y se irá diluyendo la sensación,
No. Nunca fueron tantos ni ha sido mucha tu libertad, no puedo inferir nada.
Tuve un sueño raro, estaba en una taberna, bebía y cantaba, lo hacía con énfasis, tenía una relación vaga con una asiática y otra mujer de rasgos más benévolos, no había vueltas, de allí saldríamos forrados de explosivos, luego vi la cosa, la ciudad se llenaba de gritos y la gente gritaba en lenguas mientras corría la onda frenética o el latigazo de la fatalidad, moriría, ese era el asunto, nunca se muere en una sueño: le miré los ojos negros a la asiática, su pelo brillante y la oscuridad de sus carcajadas develando el secreto, estaba envuelto en una situación imprevista y no podía desentenderme y por eso alcé la copa y luego bebí, entonces apareció mi amigo con su cara regordeta y pálida, muy poco pelo recogido en una cola, estaba alegre, era una casualidad impertinente, una injerencia del azar, levantó su mano, saludó desde el otro lado de la vitrina y se alejó con ese gesto, la ciudad era Madrid, Atenas o Roma y se correspondía con los avatares de una isla al oriente y al sur, en El Pacifico; cómo carajo haría para despertar, no quería morir de esa manera, implotando las entrañas de una ciudad amada.
Mi abuela soñó hace años el fin de mundo en Agadir y lo contó espantada antes de que todo sucediera, al levantarse, mientras preparaba el café, horas más tarde Agadir fue arrasada por las aguas y sepultada por la arena, muchas veces sucede, no me he podido liberar de la sensación de inminencia, siempre sucede algo en el mundo, nadie debe abusar de la osadía de un oráculo o de una pesadilla, pero hay signos y ellos se invierten, pasará el día y se irá diluyendo la sensación,
No. Nunca fueron tantos ni ha sido mucha tu libertad, no puedo inferir nada.