A ella le gustaría organizar su juego con tacos diferentes, nos reunimos a conversar y luego de jugar con los palitos chinos, lanzó los tacos sobre la mesa, estaba radiante, sus mejillas ruborizaron por la satisfacción. Predecible, hizo lo que se suele hacer con los tacos, ordenarlos en filas, quebrar las hileras, dibujar zigzags y construir pirámides ¿tú crees que es predecible? Me preguntó mientras un botón de su camisa se liberaba del ojal dejando al descubierto el húmedo entreseno; ordenar tacos y jugar con los palitos chinos sobre la mesa se convirtió en una especie de metafísica, podríamos haber recurridos al lego y armar castillos o muelles sobre un lago de vidrio bordeado por los encajes montañosos del mantel; entonces se dio a la fuga otro botón de su camisa y quedaron expuestas las dos campanas de su catedral, un temblor irremediable e imperceptible se apoderó de mi y fue en ese momento cuando al buscar aire dejé caer la cabeza hacia atrás; allí estaba la biblioteca, unos títulos, unas sombras y la vida asolapada de sus autores, fantasmas silenciosos agobiados por el calor de la tarde húmeda. Y se empeñaba en construir esas toscas murallas, sus labios comenzaron a motearse por diminutas gotas de sudor, apenas las tocaba con la punta de la lengua, a veces lanzaba un resoplido como una leopardo antes de abordar a su presa vencida, extendí mi mano y atrapé la suya en el momento en el que movía uno de los tacos, algo reventaba entre mis piernas, rasgaba el velo del templo de mi ropa interior, mantuvimos una lucha intensa y callada, ella trataba de poner la pieza de madera frente a mí y yo la contenía, luego me rendí: saltó otro botón purpura de su camisa country y cayó justo bajo el brazo opositor, su cuerpo se avino boca abajo sobre la mesa, mi barbilla apenas se detuvo en el quiebre de su espalda desnuda, apenas tuve tiempo de sacar la lengua y recorrer esas gramíneas planicies en las faldas de unas prominentes nalgas, nada fue claro entonces, sólo recordamos el oleaje, las ondas del tiempo envejeciéndonos, ahora nos hemos arreglado una vida juntos y ella juega dentro de una ciudadela de tacos, se ha hecho una fortaleza inexpugnable, a veces escapa por sus puertas falsas y corre al encuentro de furtivos encuentros con la simiente nutricia de otros jugadores y yo me he quedado con los palitos chinos y mis binoculares, frente a un ventanal generoso donde aparecen las luces o los destellos solares de algo parecido a una ciudad. En la repisa hay algo de Frank Miller: “Give me Liberty”