viernes, septiembre 17, 2010

Dolmar y Lucrecia

Nunca lo sabré.


Estuve ciego por la pasión y eso es mucho decir. Verán. Uno se enamora y da atributos al objeto amoroso y estos necesariamente no son reales.

Ella tenía una dentadura blanca y grande, una dentadura hecha para morder o reírse, su risa era indeterminada, podía ser irónica, burlona e incluso ingenua. Dije, es mucho decir, porque de alguna manera había pactado, no dejaría caer sobre mis ojos la venda púrpura ni mi cuerpo sería gobernado por esas corrientes irracionales, el deseo emperador, por ejemplo, porque entonces perdería la libertad.

El pequeño bufón alardeaba de estas cosas; capturar almas cándidas con su seducción y su halago,  descubría los más íntimos deseos de las víctimas, y luego los hacía posible. Muy astuto. Era un desvergonzado y de tal forma actuó y  despojó de su libertad a una estirpe de promesas en las cortes y en los palacios republicanos; se alimentada de eso, de la genialidad truncada del otro. Era una entidad macabra. Y no reparaba en escrúpulos ni en artimañas para lograr sus objetivos.

Brindarla, ponerla en la copa espumante, hacerla brillar y presentarla como quien no quiere la cosa, fue un asunto de niños. Su maestría llegó a tal punto que hizo creer que de una forma despiadada, poco caballerezca y con mucha deslealtad había abusado de mis atributos para arrebatarle a su Dama. Nunca pude ser más estúpido. ¿Cómo iba a creer que una mujer como Lucrecia sería la amante o algo parecido de Dolmar? Vaya nombre. Es el nombre de un figurín perverso. Lo creí y él supo manipular mi culpa, proponerme unos juegos lascivos, prepararme las pipas de opio y servirme mucha absenta para ostentar su liberalidad y su condición de hombre de mundo.

En ese entonces yo tenía la energía de los triunfadores, y ocupaba por esfuerzo propio un lugar en la tierra, sólo bastó un pequeño empujón para desproporcionarme, lanzarme a rodar por los riscos y en la desesperación.

Nunca sabré si me amó de verás.

Las noches se juntaron con el día y los vicios desdibujaron cualquier voluntad virtuosa, incluso mi arte. Nos entregamos a vivir en los límites, a derrochar soberbia y a postergar todos los proyectos, porque la inmortalidad de mi noble oficio me había otorgado los infinitos tiempos de las muy distintas dimensiones del universo.

Pero el tiempo pasó y la boca de Lucrecia no se apretó a mi pecho para besarme, me arrancó el corazón y me dejó tendido en la cama o en un basurero; en cualquier lugar, ciudad o pueblo; -me da igual el dónde y el cómo. Quedé a la intemperie y desnudo, dispuesto a la absoluta rendición y a entregar sin condiciones  las migajas de honor restante. No quise llegar a conclusiones apresuradas, pero ¿Quién coño era y en qué condición me encontraba para evaluar esos detalles? Era el despojo de Dolmar y de Lucrecia, unas entidades unidas a través de los tiempos para despojar a los incautos de sus más caras ambiciones.

Ahora sólo me queda descansar, tratar de dormir, esperar que corra por mis venas el líquido ambarino de un somnífero fuerte, estoy convencido, esto será hasta el final de mis días. De vez en cuando, algo zumba en mi habitación como una mosca y me sopla, zooomzimmfuistehuevón.

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