Tuve un sueño, es mejor ponerlo así antes que comenzar con el mea culpa de uso y aclarar casi puerta a puerta como una chica Avon mi condena a los golpes de Estados.
Soñé que en Los Ángeles, California, un grupo radical de izquierda, había desempolvado retratos de Trotsky, el viejo inspirador, se aglomeraba a las puerta del consulado de la república Bolivariana, levantaba sus puños, tensaban los músculos y las venas de sus cuellos al grito de : Hugo go home, put yours hands out of América, el sueño era raro, la policía montada reprimía a los exaltados y el gobernador del Estado declaraba por radio y televisión: “no toleraremos que pequeños alborotadores golpistas , levanten guarimbas frente a las misiones diplomáticas y entorpezcan nuestra relación de hermandad con ese gran país del sur”. A mitad de la trifulca en las calles de Los Ángeles en donde la gente se debatía con sus consignas antiimperialistas, se fue escapando el sueño, no se acabó como todos los sueños, este fue halado por una frecuencia electromagnética, eran cosas mías, pero el sueño pudo verse así mismo interferido y grabado por unos agentes sin rostro: ellos se miraron entre sí, asintieron y recorrieron pasillos y atravesaron salones e irrumpieron, luego de intercambiar santo y seña en lengua mambisa, en el cuarto donde el presidente miraba en simultáneo distintas pantallas; de inmediato hicieron correr mi sueño por una de ellas y el magistrado henchido expresó con una gran sonrisa: ése, muchachos, era el sueño de Bolívar; entonces, la alarma del despertador sonó y acá estoy dándole al teclado a ver si le gano al plagio.