Se incorporó sin escandalo de
la mesa. Hace años ostentaban la plenitud del cuerpo femenino. Hambrienta.
Ahora poco sé. Me dijo antes de irse, no
puedo con esto, luego selló la sentencia con un beso en la boca.
Abandonado entre extraños, ebrio de dolor, en medio del alboroto tumultuario de aquella cafetería -conversaciones suspendidas, el enramado crepitante de las acacias - comencé a desaparecer. La ciudad se desdibujó por siempre y con ella el pubis más suave que jamás he acariciado. Lo demás es leyenda, incluso ella.