pone el nombre
del tipo en su estado del Twitter, la incomodidad del gozo la estremece, contiene
un grito, qué fino, letra a letra lo (a) nota, zarandeada
por el estupor intenta rechazarlo, es
vulgar, unas goticas mojan su pantaleta, aprieta las piernas, debe salir
corriendo al gimnasio --no es tanto así como para un toquecito--; la silencia. Pulsa
con las yemas de sus dedos dos golpes sobre el pubis, se levanta de la cama,
lanza a un lado la tablet, siente salir de
su boca el calor dulce de la goma de mascar mientras todo el asunto cierra con una certeza: a su marido también le gustan las feítas, las
llanotas, las simplonas.
Esta mañana
La Danubio,
La Danubio esta
mañana.