El tema del exilio es abordado desde distintas ópticas; a veces temo mucho
a aquellas visiones apegadas a la literalidad del significado de la palabra,
porque tienden a ceñirse a los decretos del
diccionario, a
hacerle resistencia a las posibilidades de re-significación de un signo
inquieto: Exilio; siempre periférico y por naturaleza esencial extranjero. El desplazamiento es una acción vital que nos
acompaña en los distintos planos o escenarios, mientras vamos aconteciendo por
la vida. De alguna u otra forma, todos
hemos sido expulsados de estadios anteriores y nadie se ha marchado de sus espacios
sin sentirse condenado a la diáspora.
La expulsión parece venir en la condición humana junto con la necesidad de
arraigo, nadie termina de acomodarse cuando ya se ve partiendo, nadie termina
de partir sin dejar raíces.
Se siente temor de nombrar y mezquindad de conceder. El exilio político
comienza cuando se impone una visión única del paisaje y del pensamiento,
cuando quien habla en nombre del
colectivo al que se pertenece desconoce al otro y condena las diferencias, lo
cataloga como lo adverso, lo refractario que debe ser suprimido y sólo lo
nombra para despojarlo de
correspondencia y ciudadanía. La verdad absoluta es excluyente. En el momento en que, en el nombre del valor
colectivo se despoja al individuo de sus querencias únicas, se le desdibuja con despotismo del lugar compartido, lo común
se trastoca por lo único.
En estos días he estado repasando la cadena significativa de la palabra exilio, hay quienes confunden exilio con refugio o asilo y reclaman como
condición una orden de captura o de ejecución. No necesariamente exilio y
refugio son términos afines, puesto que aún en el refugio, el exiliado
permanece afuera.
Bastará con leer el drama de Stefan
Sweig, quien se anticipa con su exilio
voluntario en 1934 a la caída de Austria en manos del nacionalsocialismo, y se
destierra (al principio sin una ruptura definitiva, puesto que va a regresar a
visitar a su familia en varias oportunidades, hasta que en 1938 es despojado de
su pasaporte y nacionalidad) para precisar cómo el refugio y el asilo nunca le
fueron suficientes al exiliado para llenar el vacío de la exclusión que lo abate,
al admitir en su autobiografía “El mundode ayer” la pérdida de Europa como
patria espiritual y que intento de recoger en estas pocas líneas para
trascender cualquier ortodoxia semántica: “ De todo mi pasado no llevo conmigo,
pues, más de lo que guardo detrás de la frente. Todo lo demás esta inaccesible
o perdido… abandoné mi casa, desapareció el placer de mi colección y también la
seguridad de poseer cualquier cosa de modo permanente… No me lamento, pues por
lo que en otra hora poseía y ahora he perdido, pues si los acosados de estos
tiempos adversos a todo arte y a toda concentración debiéramos aprender todavía
un arte nuevo, sería el de saber despedirse de todo lo que en otra hora había
significado nuestro orgullo y nuestro amor”