En el ramal número dos, el “B”, al recodo, la bruja. Convocó los vientos sobre los cementerios, retomó una y otra vez los velatorios y el boato, no todos, aquel, el mismo, sí, por si te interesa, dice la voz mientras se materializa la palabra escrita en una pantalla de mensajería de texto: sí, no fue lo peor, ha pasado, sin embargo está muy mal, puedes ir, entonces en otro escenario da vuelta sobre sus talones calzados por zapatillas de cuero, se desliza por el piso de mármol de las capillas y no deja de tirar del tejido, ella, él, y este, también los otros, nunca pudo el narrador comprender el asunto y por eso aquel último y decepcionante acto de honestidad o de solidaridad, unos dirían que de amor, eso, entender el propósito y cumplir: transgrediré una vez llegado el momento, nada de promesas, dice; más tarde, la bruja suspendida en el azúcar ambarino, sola como un hicaco en una copa de cristal, de cara al féretro o arañando la tierra de una sepultura deja escapar una gota salina, desdibuja su máscara, todo ha comenzado a revelarse . Está claro, es un lago bajo el peso de una luna grande, o esos juegos de palabras: las visitas virtuales a Milán, la búsqueda del animal totémico, la indiferencia muy mal interpretada y un último intento de sarcasmo: los nicks. La bruja de El Ramal es de cuidado, tiene los huesos y las cenizas de sus muertos y un blog; es cosa de darle vuelta a la página y no olvidar ¿Recuerdas? : no te olvidaré, tan inútil e innecesario haberlo dicho, eso, todo estaba olvidado desde el instante de apuntar la insensata promesa del recuerdo.