Bolívar nos dejó un legado a los venezolanos: hacer la patria grande. un legado mesiánico y expansionista; conquistar con la capa y la espada a la américa hispana para darle "la libertad" a sus pueblos. Bolívar, estudiado a la luz de la ortodoxia marxista no puede ser visto sino como un césar, un señorito napoleón hijo de la oligarquía del cacao de una de las colonias menos favorecidas y más prepotentes de aquella España, un hombre que antepuso su gloria a la gloria de los pueblos; el individualista, el romántico, el déspota.
El teniente coronel del siglo XXI se hace del legado de Bolivar y vuelve sobre la tradición caudillesca a pensar en el imperio de los Incas, en la américa liberada por su ostentosa billetera; antes, los ejércitos libraban batallas y las campañas se hacían con divisiones y batallones; hoy, el glorioso ejército venezolano y su comandante en jefe entran a las ciudades al redoble del cheque extendido, al estallido de los obuses (barriles) petroleros, al sonido de la carga a deguello en las bancas donde compran deudas ajenas. Bolivar usó el caudal particular, su hacienda, para acometer las proezas de su voluntarismo mesiánico; Hugo Chávez (¿Dios sol? ¿Nuevo Inca?) le echa mano, sin consulta y sin pudor, a las arcas públicas de su país. El bolivarianismo, sometido a la consideración de cualquier estudio medianamente objetivo, no puede ser visto sino como mesianismo imperialista. El César conquistó a las galias, Bolívar al Perú.
Por eso, tanto a Bush como a Chávez, los asiste el derecho de sentirse hijos del Libertador