Hay días en que se amanece inclinado sobre el eje. El hijo de mi hermana ha decidido irse, se va como sea, eso quiere decir, desesperado. Sus ambiciones, irse; él piensa que las cosas van a mejorar en otro lugar. Nunca lo había visto tan alto. Mide 1.90 pero lo he notado mucho más alto, se encorvaba en el ascensor y bajo el techo de mi casa. Quise voltear hacia un lado, no verlo a los ojos; me he estado sintiendo mal. Mi sobrino y yo nos parecemos; a veces demasiado. Me alargó su sonrisa, no estaba contento, sólo se reía por momentos como se ríen los idotas, y me continuaba mirando con sus ojos castaños y brillantes. No tengo los ojos tan castaños ni brillantes, pero reconozco que miro como él me ha mirado. Se parece a mí y me incomoda. Compartimos la semejanza subjetiva, un parecido intolerable; compartimos la mirada de los substratos, de aquellos rincones donde somos dos gotas de agua. Su visita me ha dejado triste.
Si no fuese a ser leído como una sugerencia indecente, yo pondría un cartelito anunciando que también deseo marcharme: necesito ser sacado de acá, irme para Londres o para Nueva York, eso diría; entonces, los ojos se me aclararían un poco, cesaría de dolerme el estómago hasta el sangrado y crecería quince centímetros.
Si no fuese a ser leído como una sugerencia indecente, yo pondría un cartelito anunciando que también deseo marcharme: necesito ser sacado de acá, irme para Londres o para Nueva York, eso diría; entonces, los ojos se me aclararían un poco, cesaría de dolerme el estómago hasta el sangrado y crecería quince centímetros.