Pocas veces he tenido la fortuna de hablar con Manuel Caballero; en una oportunidad lo entrevisté. Pase una tarde en su casa junto a Giovanna D’onghia, quien en realidad había armado la entrevista, recuerdo unas cuantas frases que no permearon al texto publicado, eran tiempos entusiastas y yo hacía mi vida con mucho énfasis, para variar, queriendo sacar a la calle El Meollo impreso; casi fue una realidad. Casi. Un día de estos lograré editar una revista pornográfica para un alto target y filmar algo extraño en una hondonada del Ávila. Creo que hablamos con Manuel Caballero sobre el arte de ser incómodo, del erotismo implícito en la lectura, ahora recuerdo que ayer le dije a Roberto Echeto dos cosas: la lectura nos hace infieles o traidores, nos despoja de nacionalidad y sentido de pertenencia. Algo así. Don Manuel nos mostró una especie de altar o un devocionario de la envidia sentida o tenida: si tuviera el teléfono de Giovanna la llamaría para recordar exactamente qué nos mostró, es algo difuso que aún mueve el sitio donde subyacen mis emociones bizarras. Pero sí mantengo frescas dos sentencias sabias, una de ellas la he transformado en máxima: el mejor gobierno militar siempre será más malo que el peor gobierno civil. Esta frase me lleva de inmediato a otra de Groucho Marx: inteligencia militar son dos términos contradictorios. A partir de estas divagaciones y de las dos frases de estos señores de grandes mostachos, tomo mis decisiones políticas.
Lo demás es lo de menos.