Desde hace varios años, tantos como los del reinado de Huguito, he mantenido una posición con respecto a la feria del libro de Caracas. Desde los tiempos de Lourdes Fierro, la feria del libro de Caracas se desnaturalizó. Con ella pasa lo mismo que con “el proceso”: nadie se atreve a ver y señalar con claridad en qué se convirtió. Es una feria ideológica, un evento grosero y excluyente.
No sé si, alguien guarde reservas luego de escuchar al comisario Ministro de Energía y Minas y presidente de PDVSA Rafael Ramírez, sobre la naturaleza fascista del mando que nos rige: "Al que se le olvide que estamos en medio de una revolución se lo vamos a recordar a carajazos" o “A nosotros no nos tiembla el pulso, nosotros sacamos de esta empresa a diecinueve mil quinientos enemigos de este país y estamos dispuestos a seguirlo haciendo, para garantizar que esta empresa esté alineada y corresponda al amor que nuestro pueblo le ha expresado a nuestro Presidente” ; (llámenlo fascismo de izquierda si necesitan un adjetivo, para mi es fascismo duro y puro).
No sé si todavía no se comprende que a esta clase de esperpentos que pueden aparecer en la historia de las naciones sólo se derrota con unidad de propósito, y que la unidad es, a veces, promiscua; que marchar juntos tras un objetivo común no es otra cosa que repetir la experiencia de los partisanos comunistas, la social democracia y la democracia cristiana en su lucha contra Mussolini, o hacer, lo que en un acto de madurez política, hizo la voluntad del electorado francés para detener el avance de la ultraderecha nacionalista de Le Pen, unirse. No sé si alguien deshoje la margarita sobre el tipo de gestión que Farruco Sesto y sus comisarios han venido ejecutando; no sé si alguien relacione las palabras del Comisario de Energía y minas y presidente de PDVSA, con las que se dicen desde hace tiempo en el buró de “La revolución cultural”. No sé si hay quienes continúen creyendo que hay espacios que defender y no comprendan que el asunto radica más bien en cambiar esos espacios y que ahora, en esta Feria del Libro de noviembre, no se estará rindiendo homenaje a Cuba, a su pueblo y a su literatura, sino al tirano que persiguió, encarceló y despachó al exilio a lo mejor de las letras de cubana; una feria dedicada a Cuba sin Reinaldo Arenas o sin Guillermo Cabrera Infante y con poetas tras las rejas, es obscena.
Actitudes y principios deberían prevalecer sobre la publicación, el reconocimiento en la pasarela de una verbena fascista y la promoción del comisariato de Hugo Rey. Sólo me queda cerrar esta reflexión pensando que, a pesar de todo, tendremos el coraje, pues decimos y alardeamos que inteligencia sobra, para rendir homenaje a la literatura cubana y a Cuba, condenando a quien, persiguiéndola, excluyéndola, encarcelándola y exiliándola, la ha reducido, por capricho de una voluntad tiránica, a su mínima expresión.
Compren libros en las librerías, hay muchas y están bien nutridas; compren libros en espacios cada vez más diversos, en contraposición con lo que nos ofrece la burocracia fascista que ha escogido, solo por amor, que debemos leer el diario del Che y rendirle tributo a su valor literario, como si se tratara de los diarios de Thomas Mann. En las librerías encontrarán todos los libros que les venga en ganas; incluso el diario del Che, sin necesidad de chocar talones y de gritar: ¡Mande usted comandante en jefe!
Compren libros en las librerías, hay muchas y están bien nutridas; compren libros en espacios cada vez más diversos, en contraposición con lo que nos ofrece la burocracia fascista que ha escogido, solo por amor, que debemos leer el diario del Che y rendirle tributo a su valor literario, como si se tratara de los diarios de Thomas Mann. En las librerías encontrarán todos los libros que les venga en ganas; incluso el diario del Che, sin necesidad de chocar talones y de gritar: ¡Mande usted comandante en jefe!