Diario de Ferrol • 11 de febrero de 2007
Luis Alonso Girgado
Un texto tan sorprendente como (en su primera mitad, sobre todo) desorientador, “Iniciaciones” (Periférica, 2006), nos remite a un casi desconocido venezolano, Israel Centeno, que ha ofrecido en las duras y devastadoras páginas de este relato largo (o novela corta) las resonancias, las excrecencias, los peores filos de un reducido y sórdido y oculto cosmos familiar en abrupta descomposición, poblado en principio por algunos adolescentes víctimas de un atroz naufragio de algunos personajes enmarcados en una naturaleza áspera y hostil. Todo nos habla, en principio, de un brutal primitivismo captado con un lenguaje de un lirismo telúrico y alucinante.
Cuando la mirada sobre la realidad es poética –por sucia y virulenta que sea– suele haber un margen para la indefinición, para el misterio, para lo inefable. Ello se da en estas “Iniciaciones”, que van abriéndose, tras más de una retrospectiva temporal, fusión de planos y alteraciones del foco narrativo a las frustradas tentativas existenciales, a los oscuros aprendizajes de los personajes en un país en crisis (la Venezuela del pasado medio siglo) en el que pervive el espíritu de doña Bárbara (la simbólica figura de la novela de Rómulo Gallegos) frente a la Europa de opuestos valores, los de la civilización, mientras se alza la rebelión de alguna figura de mujer empecinada en liberarse, en ser protagonista de su vida, en rechazar servidumbres y degradaciones. La palabra, la frase son formas talladas con fuerza en la escritura de un texto comparable a un diamanteen bruto: un laberíntico y estrecho corredor por el que los personajes van a ciegas, golpeándose hasta con obsesivo furor.
Luis Alonso Girgado
Un texto tan sorprendente como (en su primera mitad, sobre todo) desorientador, “Iniciaciones” (Periférica, 2006), nos remite a un casi desconocido venezolano, Israel Centeno, que ha ofrecido en las duras y devastadoras páginas de este relato largo (o novela corta) las resonancias, las excrecencias, los peores filos de un reducido y sórdido y oculto cosmos familiar en abrupta descomposición, poblado en principio por algunos adolescentes víctimas de un atroz naufragio de algunos personajes enmarcados en una naturaleza áspera y hostil. Todo nos habla, en principio, de un brutal primitivismo captado con un lenguaje de un lirismo telúrico y alucinante.
Cuando la mirada sobre la realidad es poética –por sucia y virulenta que sea– suele haber un margen para la indefinición, para el misterio, para lo inefable. Ello se da en estas “Iniciaciones”, que van abriéndose, tras más de una retrospectiva temporal, fusión de planos y alteraciones del foco narrativo a las frustradas tentativas existenciales, a los oscuros aprendizajes de los personajes en un país en crisis (la Venezuela del pasado medio siglo) en el que pervive el espíritu de doña Bárbara (la simbólica figura de la novela de Rómulo Gallegos) frente a la Europa de opuestos valores, los de la civilización, mientras se alza la rebelión de alguna figura de mujer empecinada en liberarse, en ser protagonista de su vida, en rechazar servidumbres y degradaciones. La palabra, la frase son formas talladas con fuerza en la escritura de un texto comparable a un diamanteen bruto: un laberíntico y estrecho corredor por el que los personajes van a ciegas, golpeándose hasta con obsesivo furor.
Lean, (e incluso relean) sin dudarlo, estas “Iniciaciones” entre el desvelo onírico, la perversión de los instintos y la pesadilla de lo existencial cotidiano.
Una novela breve, “Gina”,
(Periférica, 2006) configurada su historia en pequeñas celdillas que fragmentan anécdotas, episodios y vivencias recordadas que van perfilando un retrato de mujer, nos vale para poder hablar de un escritor de Costa Rica, Rodrigo Soto, nueva voz de una Centroamérica de la que proceden Rey Rosa, Gioconda Belli, Sergio Ramírez, Horacio Castellanos o Carlos Cortés como vanguardia de lo que por allá se hace en materia de creación narrativa. Pues bien, en un registro fuertemente evocativo que incorpora tonalidades líricas es “Gina”, a dos distintas voces (una interna, externa la otra), la construcción de un retratode mujer que entre pérdidas y fracasos, entre renuncias y decepciones, entre revelaciones y mudanzas de su vida propia, pero también de su país, va autoafirmándose, consolidándose como mujer, madurando no sin un duro aprendizaje que la lleva a rechazar agresiones y maltrato personales o a participar en la guerra interna de su país en las filas sandinistas. Vivencia religiosa, matrimonio, profesión, relaciones humanas, entorno familiar, reflexiones y recuerdos de diverso signo en un alternante juego temporal de pasado y presente van delimitando con entrañable solidez vital a un convincente ser humano que es “Gina”.
Pero “Gina” es también una novela geográfica, telúrica, y muchas de sus páginas recorrenuna intensa, bella y hasta violenta escenografía que es un primitivo reducto y refugio de un modo de vida con no pocas precariedades, pero sencillo y auténtico en su contacto con la naturaleza. Si a ello añadimos una prosa sencilla y clara de expresión, dotada de lírica belleza en algunos momentos, redondeamos una novela que, instalada en clave realista, no renuncia a la emoción, a la ternura, a la superación del dolor y el sufrimiento, a la esperanza. Una novela que, bajo la sencillez de su cosmovisión, posee indiscutible autenticidad y densidad humana.
Una novela breve, “Gina”,
(Periférica, 2006) configurada su historia en pequeñas celdillas que fragmentan anécdotas, episodios y vivencias recordadas que van perfilando un retrato de mujer, nos vale para poder hablar de un escritor de Costa Rica, Rodrigo Soto, nueva voz de una Centroamérica de la que proceden Rey Rosa, Gioconda Belli, Sergio Ramírez, Horacio Castellanos o Carlos Cortés como vanguardia de lo que por allá se hace en materia de creación narrativa. Pues bien, en un registro fuertemente evocativo que incorpora tonalidades líricas es “Gina”, a dos distintas voces (una interna, externa la otra), la construcción de un retratode mujer que entre pérdidas y fracasos, entre renuncias y decepciones, entre revelaciones y mudanzas de su vida propia, pero también de su país, va autoafirmándose, consolidándose como mujer, madurando no sin un duro aprendizaje que la lleva a rechazar agresiones y maltrato personales o a participar en la guerra interna de su país en las filas sandinistas. Vivencia religiosa, matrimonio, profesión, relaciones humanas, entorno familiar, reflexiones y recuerdos de diverso signo en un alternante juego temporal de pasado y presente van delimitando con entrañable solidez vital a un convincente ser humano que es “Gina”.
Pero “Gina” es también una novela geográfica, telúrica, y muchas de sus páginas recorrenuna intensa, bella y hasta violenta escenografía que es un primitivo reducto y refugio de un modo de vida con no pocas precariedades, pero sencillo y auténtico en su contacto con la naturaleza. Si a ello añadimos una prosa sencilla y clara de expresión, dotada de lírica belleza en algunos momentos, redondeamos una novela que, instalada en clave realista, no renuncia a la emoción, a la ternura, a la superación del dolor y el sufrimiento, a la esperanza. Una novela que, bajo la sencillez de su cosmovisión, posee indiscutible autenticidad y densidad humana.