El amor divino ha atravesado la infinitud del espacio y del tiempo para venir de Dios a nosotros. Pero, ¿cómo puede rehacer el trayecto en sentido inverso cuando parte de una criatura finita? Cuando la semilla del amor divino depositada en nosotros ha crecido y se ha convertido en árbol, ¿cómo podemos, nosotros que la llevamos, devolverla a su origen, hacer en sentido inverso el viaje que Dios ha hecho hacia nosotros y atravesar la distancia infinita?
Aunque parece imposible, hay un medio que conocemos bien. Sabemos a semejanza de qué está hecho ese árbol que ha crecido en nosotros, ese árbol tan bello en el que se posan los pájaros del cielo. Sabemos cuál es el más hermoso de todos los árboles. «Ningún bosque tiene uno semejante». Aún más terrible que una horca, así es el más glorioso de los árboles. Y una semilla de ese árbol ha sido puesta por Dios en nosotros, sin que supiéramos qué semilla era esa. De haberlo sabido, no habríamos respondido «sí» en el primer momento. Ese árbol ha crecido en nosotros y ya no puede ser arrancado. Solo la traición podría desarraigarlo.
Cuando se golpea un clavo con un martillo, el impacto recibido por la cabeza del clavo pasa íntegramente al otro extremo, sin que nada se pierda, aunque aquél no sea más que un punto. Si el martillo y la cabeza del clavo fuesen infinitamente grandes, ocurriría de la misma manera. La punta del clavo transmitiría ese choque infinito al punto sobre el que está aplicado.
La extrema desdicha, que es a la vez dolor físico, angustia del alma y degradación social, es ese clavo. La punta está aplicada al centro mismo del alma. La cabeza del clavo es la necesidad repartida por la totalidad del tiempo y del espacio. La desdicha es una maravilla de la técnica divina. Es un dispositivo sencillo e ingenioso que hace entrar en el alma de una criatura finita esa inmensidad de fuerza ciega, brutal y fría. La distancia infinita que separa a Dios de la criatura se concentra íntegramente en un punto para clavarse en el centro de un alma.
El hombre a quien tal cosa sucede no tiene parte alguna en la operación. Se debate como una mariposa a la que se clava viva con un alfiler sobre un álbum. Pero en medio del horror puede mantener su voluntad de amar. No hay en ello ninguna imposibilidad, ningún obstáculo, casi podría decirse que ninguna dificultad. Pues el dolor más grande, en tanto no llega al desvanecimiento, no afecta a ese punto del alma que da su consentimiento a la buena orientación.
Ahora bien, hay que saber que el amor es una orientación, y no un estado del alma. Si se ignora, se cae en la desesperación al primer embate de la desdicha. Aquél cuya alma permanece orientada hacia Dios mientras está atravesada por un clavo, se encuentra clavado en el centro mismo del universo. Ese es el verdadero centro, que no es su punto medio, que está fuera del espacio y del tiempo, que es Dios.
Por una dimensión que no pertenece al espacio y que no es el tiempo, por una dimensión totalmente distinta, ese clavo ha horadado un agujero a través de la creación, en el espesor de la barrera que separa al alma de Dios. Por esta dimensión maravillosa, el alma puede, sin dejar el lugar y el instante en que se encuentra el cuerpo al cual está ligada, atravesar la totalidad del espacio y del tiempo y llegar a la presencia misma de Dios.
El alma se encuentra en la intersección de la creación y el Creador, que es el punto en el que se cruzan los dos brazos de la cruz. San Pablo tenía quizá un pensamiento semejante cuando dijo: «Para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento».
A la Espera de Dios: El Clavo y la Cruz
Canto:
Oh, amor divino, que has cruzado el abismo infinito del espacio y el tiempo,
has viajado desde el corazón de Dios hasta la fragilidad del polvo.
Pero ¿cómo podremos nosotros, atados a la finitud de la carne, rehacer ese sendero sagrado?
¿Cómo devolver aquello que nunca fue nuestro para poseer?
Poema en Prosa:
La semilla del amor divino, sembrada en la oscuridad de nuestro ser, ha crecido—
un árbol cuyas ramas se alzan hacia el cielo,
un árbol donde los pájaros encuentran descanso.
Pero ¿qué árbol es este, cuya belleza sobrepasa todos los bosques del mundo?
¿Qué árbol es este, cuyas raíces beben del abismo del dolor?
Más terrible que el patíbulo, más desolado que el yermo,
se alza solo, el más glorioso de todos los árboles.
Ha crecido en nosotros, sin que lo viéramos,
hasta que un día despertamos, y nos hallamos entrelazados en sus raíces.
Ahora, solo la traición podría arrancarlo de nuestro ser.
Canto:
Bendito es el árbol que no da fruto,
bendita es la madera, cortada y medida,
bendito es el peso que dobla sus ramas hasta el suelo.
Pues será elevado en lo alto,
y desde su altura silenciosa, atraerá a todos los hombres hacia sí.
Poema en Prosa:
Un clavo es golpeado por un martillo,
y su fuerza, intacta, viaja de la cabeza a la punta.
Si el martillo y la cabeza del clavo fueran vastos como los cielos,
¿no soportaría aún la punta la medida completa del golpe?
El peso de la necesidad, extendido a lo largo del tiempo y el espacio,
converge en un solo punto—
un clavo, presionado en el centro del alma.
El hombre que lo soporta no puede arrancarlo.
Es como una mariposa clavada en un álbum,
temblando en la agonía de la quietud.
Y aun en este horror, puede elegir.
Puede sostener su voluntad en la dirección del amor.
Ninguna fuerza en el mundo puede prohibírselo.
Ningún sufrimiento, por grande que sea, puede alcanzar el lugar donde el alma consiente.
Canto:
He aquí, la herida es profunda,
pero más profunda aún es la mano que hiere.
La noche es oscura,
pero más oscura aún es la ausencia del Padre.
El peso es inmenso,
pero mayor aún es el amor que lo sostiene.
Poema en Prosa:
El amor no es un estado del alma—es una orientación.
Es la dirección de la mirada del corazón.
Y si la mirada permanece firme,
entonces el hombre que cuelga del clavo
está fijo en el centro de todas las cosas.
Es crucificado en la encrucijada de la creación,
donde el tejido del espacio y el tiempo se desgarra
y la luz se filtra por la herida.
Aquí, en la dimensión invisible,
donde la altura y la profundidad, la anchura y la longitud
se pliegan en la mano de Dios,
entra en el lugar donde termina el conocimiento
y comienza el amor.
Canto:
Has viajado desde la eternidad hasta el tiempo,
desde la vastedad del ser hasta la prisión de la carne.
Y ahora extiendes Tus brazos
sobre la madera que soporta el peso del mundo.
Poema en Prosa:
Santificada es la cruz,
donde la creación se encuentra con el Creador,
donde el sufrimiento toca la eternidad,
donde el amor es sujetado con clavos
y los cielos se parten en dos.
Santificado es el clavo,
que talla un pasaje del exilio al hogar,
del abandono al abrazo,
de la muerte a la vida.
Oh, Amor crucificado,
Oh, Silencio más allá de todo clamor,
Oh, Herida que rasga el velo,
llévanos Contigo por la puerta estrecha—
a través de la distancia que solo el amor puede cruzar.