miércoles, marzo 05, 2025

La Marca del Esclavo

 Israel Centeno





Dedicado a aquel que pidió Sabiduría.

Se pregunta—¿quién? No hay nombre para el que medita sobre la caída, sobre la infinita extensión del viento y del afán. Podría ser un rey que lo vio todo y comprendió que el oro es ceniza en las manos. Podría ser un testigo, un errante que ha caminado demasiado, que ha visto el alba en los palacios y el ocaso en las calles. O quizá no sea nadie, solo una voz que resuena en el vacío.

Mira el mundo y lo reconoce por lo que es: una arquitectura de servidumbre. La antigua, la primigenia, la de los grilletes y las marcas de fuego, aún persiste en las sombras. Niños doblando la espalda sobre canteras invisibles, extrayendo minerales para las máquinas que nos rodean. Manos diminutas ensamblando los circuitos de la promesa moderna. Vidas ancladas en servidumbres ancestrales en los pliegues menos mencionados de Asia y África. Y junto a ellas, la nueva esclavitud, más insidiosa, más refinada. No hacen falta barrotes cuando la voluntad se entrega, ni guardianes cuando el pensamiento se enreda en la malla infinita de los algoritmos, y más adelante, en el laberinto de lo cuántico, donde el absolutismo será total.

Y no es solo el porvenir: el futuro ya está aquí, y lleva el signo de la esclavitud. Lo llevamos tatuado. No en la piel, sino en la estructura misma de nuestra existencia. Lo hemos aceptado, lo hemos interiorizado, lo hemos llamado comodidad, progreso, seguridad. Hemos aprendido a amar la vigilancia, a exigirla. Pedimos, con una mansedumbre cada vez más depurada, que nos dicten qué pensar, qué sentir, qué desear. Nos entrenamos en la sumisión mientras pronunciamos la palabra libertad.

Y se pregunta por la bestia. No la ve, pero la intuye en la geometría de los sistemas, en la precisión matemática del castigo y la recompensa. Busca el número, quiere pronunciarlo, pero se desvanece antes de formar sonido. Todas las cifras son posibles, menos esa. Se lleva las manos a la cabeza, como queriendo apartar la sombra, como si pudiera despejarse de un mal sueño. Pero el sueño no es suyo; es de todos.

“Descubrimos la penicilina,” dice. “Vacunamos a nuestros hijos. Aprendimos a leer. Nos aventuramos en los enigmas del universo.” ¿Pero lo comprendimos? ¿O solo aprendimos a repetir patrones, a interpretar fórmulas sin conocer el significado de la señal más elemental?

Al final, el hombre solo puede ser amo o esclavo. Toda diferenciación de clase, casta y raza termina en ello. Y cuando cree ser libre, es el administrador de una injusticia, el capataz de uno de los infiernos en la Tierra, erigido en nombre de los cielos.

Lo que fue, eso será.
Lo que se hace, se hará.
Y nada hay nuevo bajo el sol.



La Marca del Esclavo

 Israel Centeno Dedicado a aquel que pidió Sabiduría. Se pregunta—¿quién? No hay nombre para el que medita sobre la caída, sobre la infini...