No es necesario despertar una mañana luego de un sueño intranquilo, para vernos convertidos en algo que no se ha sido. Un escarabajo, por ejemplo. Mucha gente habla del aleteo aquiescente de una mariposa, de sus consecuencias, un tsunami, una ruptura de amor, el desencanto de un hombre de fe, las caídas forzosas de las Torres Gemelas en Nueva York. La metafísica de estas consideraciones es antigua; antes se les llamaba ley del karma: cada acto va acompañado de sus consecuencias. Las metamorfosis suelen ser cotidianas y menos dramáticas de lo que se piensa, se realizan de una forma imperceptible y sutil. Pongamos por ejemplo que un hombre que ha vuelto a Inglaterra para dar una conferencia, una de las tantas que se dan cada día en las universidades del reino, se levante una mañana luego de un sueño intranquilo, (pongamos que haya sucedido el 11 de febrero pasado) y salga a caminar por Adelaide road sin darse cuenta de que al hacerlo usa todas sus extremidades. Va tomado del brazo de su hija, se adentran a Regents Park, van apurados porque Pauline y Alvaro los están esperando en el Jardín de Margarita Rosa. El hombre tiene un propósito e intuye que a pesar del frío que dibuja pequeñas venas azules en su piel expuesta, sus amigos lo sorprenderán; le darán una gran noticia, reirán o aullarán, se mostraran las lenguas y los dientes y quedarán de acuerdo para cenar en Ponds road; allá el hombre que ha despertado luego del sueño intranquilo se reencontrará con Sandy, con Lanz y Franz; Martín, Peter el grande y litle Peter; será un día invernal de luz helada y rutilante; y él estará feliz porque no tomará un vuelo de retorno; entonces, paseará del brazo de su hija por los canales y se detendrán a ver las barcazas desde el puente de Camdem Town; entonces, llegará la noche iluminada por el amarillo pálido de los faroles londinenses y la luz de la luna creciente velará sus rostros; allí, en un pub, estarán todos sus amigos; es su sueño. Los sueños a veces se cumplen. Sus amigos les darán la bienvenida porque ha vuelto y ésta vez sí se quedará entre ellos; todo está arreglado, trabajará en una tienda de antigüedades, aprenderá el oficio de anticuario y una editorial modesta pero aliada a Penguin, le ha girado un significativo adelanto para que escriba una historia sobre Manchester, el cazavampiros de Highgate. Luego de la segunda pinta de cerveza y entrelazado con Franz, o con la hija de Franz, que ha crecido como la madre, morena, pálida y hermosa, pensará en los extraños entramados que hacen posible las segundas oportunidades. Rehará sus asuntos, cancelará los compromisos en Caracas – unas clases y unas correcciones de pruebas- y comenzará a escribir, apenas se instale en la trastienda del local donde hará de anticuario, una historia sobre un hombre que se volvió perro en Hampstead. De súbito siente que lo sacude un corrientazo, una epifanía dolorosa, comprende que la vida no será lo que debió haber sido de no haberse levantado una mañana, luego de un sueño intranquilo el 11 de febrero pasado, con nostalgia del futuro y el sentimiento inefable de haber lamido una boca que nunca conocerá.
II
II
No es necesario verse las patas húmedas y espinosas de los insectos y levantarse una mañana, luego de un sueño intranquilo y darse cuenta de que el mundo está naufragando en mierda. Se escucha la radio y se entiende que la imagen de la teoría del caos ha sufrido una metamorfosis. Ya no es la mariposa que aletea en un lugar remoto del Pacífico la que genera una cadena de eventos capaces de conquistar al mundo. Es un ratón hidrocefálico quien gesticula y predica contra Satán en la asamblea de las naciones. Cerebro dice reconocer el olor del diablo y conquista los aplausos y la sonrisa beata del auditorio radicalizado; luego el roedor hidrocefálico se va a un templo a continuar la prédica y el aleteo de sus enormes orejas produce algarabía al otro lado del mundo. Hombres, niños y mujeres han salido a la calle con fusiles en las manos, han disparado al aire y celebrado cada frase del profeta. Los soldados que libran una guerra sagrada contra de Satán inmolándose en los lugares públicos, en las estaciones de trenes, en aviones civiles, sobre los autobuses que hacen la ruta de Victoria en Londres; las mujeres que se cubren el cuerpo de explosivo plástico y luego se entregan al martirio en un centro comercial, en una boda en Jordania o frente a un colegio, arman una algarabía y dan gracias a Dios por el nuevo bombardeo a Nueva York. Cerebro es una bomba, ha hecho estallar su halitosis liberadora en el rostro del diablo; antes de todo fue el verbo y el verbo se hizo pupú sobre un atril en la ONU. Nunca antes los fieles fueron al centro del imperio, a Roma por ejemplo, a insultar al César: es inédito, Cerebro, le dice Maduro o Pinky; si llegaban a hacer tal proeza terminaban en las fauces de los leones mesmos; definitvamente, Babilonia se está derrumbando. Pero a Cerebro las cohortes imperiales le cortaron la luz, lo boicotearon; y él, defensor de las libertades públicas, se ha quejado porque le han impedido decir el evangelio, su palabra, a las almas cautivas que llevan una vida miserable en las entrañas del infierno. Habrase visto mayor embestida a la libre expresión de los descamisados, es la más grosera ingerencia en los asuntos internos y en las cadenas mundiales de Cerebro. Sus orejas aletean con fuerza y hoy, probablemente, volarán unos coches bombas justicieros en distintos puntos del universo. El ratón ya habrá pegado un salto a La Habana, porque de cualquier malla sale el ratón, oye, por cualquier malla. En el vuelo de La Habana a Caracas, Maduro o Pinky pregunta ¿y qué vamos a hacer mañana, Cerebro? Lo mismo que hacemos todos los días, Maduro, tratar de conquistar el mundo… urp ¿y las elecciones, Cerebro? Esas ya están ganadas. Cerebro saca de su bolsillo rojo un papelito y se lo muestra a Pinky/Maduro, él trata de leer y descifra el signo: !Diez millones más uno¡ Ambos, tomados de la mano, rien: tra, tra tra trá, tra, tra tra trá , son Pinky son Pinky y bro bro, bro, bro bro, bro ¡bro!