El tema de las trasgresiones es un tema espinoso. Hoy me vendría bien transgredir, pero exactamente qué. Allí está la vaina, dijo un príncipe danés. Estuve mirando de nuevo algunos libros y pensando sobre la inmortalidad del cangrejo o en las cosas que creo saber sobre la historia de la humanidad. Los románticos fueron personajes engreídos y pretenciosos, se empeñaron, y todos seguramente ya habían leído La Vida de los Doce Césares de Suetonio, en hacer la diferencia; en verdad si alguien le hubiese recordado a Lord Byron o a Verlaine algunos desmanes de Calígula o de Nerón, se hubiesen inhibido de cultivar las verrugas de sus almas. Al menos han debido tener presente a Gilles de Rais.
A veces uno se pone a navegar por Internet con la intención de pescar el asombro y sólo terminas pescando el resfriado de un trasnocho. Trabajamos con empeño en las búsquedas, lanzamos anzuelo, redes y a veces hacemos una labor de arrastre; entramos a lugares donde se alardea desenfado y originalidad, y luego de un sonoro bostezo nos queda la sensación fatal de que la incultura se ha democratizado en la red de redes.
Ya no se puede hablar de excluidos, el mundo es también de los incultos. O de la gente que sabe balbucear lo primero que se le venga en mente.
Vemos con entusiasmo a los innovadores, a los que piensan estar marcando la pauta en la insolencia sexual; a los otros, los que descubren el extremo de la atrocidad, la maldad del hombre, la cercanía del fin del mundo y a aquellos que se solazan como los últimos goliardos, los frívolos de La Máscara de la muerte roja y hasta se creen personajes de Giovanni Bocaccio. Todo eso sin saber que Giovanni Bocaccio era el autor del Decamerón. No es injustificada la alarma de unos pocos y el empeño en llamar al retorno a las bibliotecas, todos debemos atrevernos a leer y a enterarnos de una vez por todas que poco o nada podemos aportar en un tema, mucho menos al de las transgresiones, a no ser que lo recreemos o le demos una mirada particular, una estética y la llamemos ficción.
¿Acaso se le puede pedir a la especie creadora de los campos de exterminios que vaya más lejos?
A veces uno se pone a navegar por Internet con la intención de pescar el asombro y sólo terminas pescando el resfriado de un trasnocho. Trabajamos con empeño en las búsquedas, lanzamos anzuelo, redes y a veces hacemos una labor de arrastre; entramos a lugares donde se alardea desenfado y originalidad, y luego de un sonoro bostezo nos queda la sensación fatal de que la incultura se ha democratizado en la red de redes.
Ya no se puede hablar de excluidos, el mundo es también de los incultos. O de la gente que sabe balbucear lo primero que se le venga en mente.
Vemos con entusiasmo a los innovadores, a los que piensan estar marcando la pauta en la insolencia sexual; a los otros, los que descubren el extremo de la atrocidad, la maldad del hombre, la cercanía del fin del mundo y a aquellos que se solazan como los últimos goliardos, los frívolos de La Máscara de la muerte roja y hasta se creen personajes de Giovanni Bocaccio. Todo eso sin saber que Giovanni Bocaccio era el autor del Decamerón. No es injustificada la alarma de unos pocos y el empeño en llamar al retorno a las bibliotecas, todos debemos atrevernos a leer y a enterarnos de una vez por todas que poco o nada podemos aportar en un tema, mucho menos al de las transgresiones, a no ser que lo recreemos o le demos una mirada particular, una estética y la llamemos ficción.
¿Acaso se le puede pedir a la especie creadora de los campos de exterminios que vaya más lejos?