10/12/2006
NUEVAS PROPUESTAS, IDEAS NUEVAS
Hemos comentado ya -y seguiremos haciéndolo- algunas de las originales propuestas edtoriales de la extremeña Editorial Periférica, y esa línea se mantiene con sus dos últimas entregas: “Iniciaciones”, de Israel Centeno, y “Gina”, de Rodrigo Soto. Autores pertenecientes a la última generación de narradores latinoamericanos, poco o nada conocidos en nuestro país y que van conformando un grupo, con los evidentes y sustanciales matices que cada autor y su país de procedencia les confieren, pero con un elemento común: la acción simbólica de “matar al padre”, personificada en esta generación de escritores por la abrumadora influencia de los autores protagonistas del denominado “boom” de los 60, puede consistir, como en todo movimiento rupturista, en un alejamiento de los patrones narrativos que caracterizaban-aceptando las limitaciones de esta y de cualquier generalización- un distanciamiento radical de ese grupo de escritores o una mera afirmación de que resulta inviable copiar los moldes que en otro momento funcionaron y desarrollar, por tanto, una escritura que busca afirmar la presencia de voces nuevas, distintas de los otros escritores.
Un caso paradigmático es el de Rodrigo Soto, autor de “Gina”, la novela corta que presenta ahora Periférica, con un cuidado y cómodo diseño, porque hacer libros bien significa atender también a esas cuestiones como esa. Procedente de un país pequeño y con escasa tradición literaria, Soto, autor del que uno sólo conocía su colaboración en el original y significativo volumen colectivo “McOndo”, presenta en “Gina” un original y convincente personaje femenino, la protagonista de la obra, que se autodefine irónicamente como “superantropóloga” y que relata en primera persona, a través de escenarios como la revolución sandinista, su peripecia vital: el comienzo de esta original reflexión sobre el amor, el matrimonio, las convenciones sociales o el papel de las mujeres en una sociedad todavía llena de estereotipos machistas, incluso en aquellos hombres más comprometidos en teoría con la defensa de ideologías progresistas. “Juro que durante años me propuse ser una esposa leal, buena nota, valiente; tampoco una imbécil ni una víctima modelo. En mis adentros, ser esposa se relacionaba, más que con el amor de pareja, con la imagen idílica del hogar”. La decisión de contraer matrimonio, la paulatina descomposición de la relación de la pareja, a pesar de asumir voluntariamente la maternidad como hipotética garantía de un futuro estable y convencionalmente aceptado, su traslado a una exótica región y su posterior emparejamiento con un hombre totalmente opuesto, por su extracción social, su formación intelectual, su concepción de la vida e incluso su color, a su exmarido van configurando la trama de esta buena novela.
“Iniciaciones”, del venezolano Israel Centeno, compañero de generación de Soto, es una prueba más de que la nueva generación de narradores latinoamericanos se caracteriza por la ausencia de una temática o un estilo uniformes. Publicada en 1996, la obra, también una novela corta, permanecía inédita en España. Se trata, en este caso, de otra cala más en el subgénero de las novelas “de iniciación” que tantas grandes obras ha producido: la historia de un adolescente que descubre el mundo y sus secretos más o menos confesables. Desarrollada entre escenarios rurales y urbanos, ente Venezuela y París, el narrador va presentando a los diferentes y peculiares miembros de su familia, en un relato de fuerte carga erótica y en la que el lenguaje adquiere por momentos un ritmo poético notable. Pesimista y vital a la vez, la cita de un hermoso poema Eliot y de una frase del sobrevalorado Milan Kundera adelantan la voluntad creativa de Centeno: “Estamos llegando a una época histórica en la que el amor físico se transformará definitivamente en movimientos ridículos”. Si el autor checo quiso epatar con una frase que recuerda a la famosa definición de Cioran (“el sexo es un estúpido ejercicio gimnástico con gruñidos”), es irrelevante para disfrutar de esta novela con voluntad de estilo, algo que por momentos parece perderse. Bienvenidas, por lo tanto, estas dos originales apuestas de la Editorial Periférica.
TOMÁS RUIBAL
Hemos comentado ya -y seguiremos haciéndolo- algunas de las originales propuestas edtoriales de la extremeña Editorial Periférica, y esa línea se mantiene con sus dos últimas entregas: “Iniciaciones”, de Israel Centeno, y “Gina”, de Rodrigo Soto. Autores pertenecientes a la última generación de narradores latinoamericanos, poco o nada conocidos en nuestro país y que van conformando un grupo, con los evidentes y sustanciales matices que cada autor y su país de procedencia les confieren, pero con un elemento común: la acción simbólica de “matar al padre”, personificada en esta generación de escritores por la abrumadora influencia de los autores protagonistas del denominado “boom” de los 60, puede consistir, como en todo movimiento rupturista, en un alejamiento de los patrones narrativos que caracterizaban-aceptando las limitaciones de esta y de cualquier generalización- un distanciamiento radical de ese grupo de escritores o una mera afirmación de que resulta inviable copiar los moldes que en otro momento funcionaron y desarrollar, por tanto, una escritura que busca afirmar la presencia de voces nuevas, distintas de los otros escritores.
Un caso paradigmático es el de Rodrigo Soto, autor de “Gina”, la novela corta que presenta ahora Periférica, con un cuidado y cómodo diseño, porque hacer libros bien significa atender también a esas cuestiones como esa. Procedente de un país pequeño y con escasa tradición literaria, Soto, autor del que uno sólo conocía su colaboración en el original y significativo volumen colectivo “McOndo”, presenta en “Gina” un original y convincente personaje femenino, la protagonista de la obra, que se autodefine irónicamente como “superantropóloga” y que relata en primera persona, a través de escenarios como la revolución sandinista, su peripecia vital: el comienzo de esta original reflexión sobre el amor, el matrimonio, las convenciones sociales o el papel de las mujeres en una sociedad todavía llena de estereotipos machistas, incluso en aquellos hombres más comprometidos en teoría con la defensa de ideologías progresistas. “Juro que durante años me propuse ser una esposa leal, buena nota, valiente; tampoco una imbécil ni una víctima modelo. En mis adentros, ser esposa se relacionaba, más que con el amor de pareja, con la imagen idílica del hogar”. La decisión de contraer matrimonio, la paulatina descomposición de la relación de la pareja, a pesar de asumir voluntariamente la maternidad como hipotética garantía de un futuro estable y convencionalmente aceptado, su traslado a una exótica región y su posterior emparejamiento con un hombre totalmente opuesto, por su extracción social, su formación intelectual, su concepción de la vida e incluso su color, a su exmarido van configurando la trama de esta buena novela.
“Iniciaciones”, del venezolano Israel Centeno, compañero de generación de Soto, es una prueba más de que la nueva generación de narradores latinoamericanos se caracteriza por la ausencia de una temática o un estilo uniformes. Publicada en 1996, la obra, también una novela corta, permanecía inédita en España. Se trata, en este caso, de otra cala más en el subgénero de las novelas “de iniciación” que tantas grandes obras ha producido: la historia de un adolescente que descubre el mundo y sus secretos más o menos confesables. Desarrollada entre escenarios rurales y urbanos, ente Venezuela y París, el narrador va presentando a los diferentes y peculiares miembros de su familia, en un relato de fuerte carga erótica y en la que el lenguaje adquiere por momentos un ritmo poético notable. Pesimista y vital a la vez, la cita de un hermoso poema Eliot y de una frase del sobrevalorado Milan Kundera adelantan la voluntad creativa de Centeno: “Estamos llegando a una época histórica en la que el amor físico se transformará definitivamente en movimientos ridículos”. Si el autor checo quiso epatar con una frase que recuerda a la famosa definición de Cioran (“el sexo es un estúpido ejercicio gimnástico con gruñidos”), es irrelevante para disfrutar de esta novela con voluntad de estilo, algo que por momentos parece perderse. Bienvenidas, por lo tanto, estas dos originales apuestas de la Editorial Periférica.
TOMÁS RUIBAL