Siempre le he tenido aprehensión a las alcabalas; tenía temor a cruzar el túnel de La Planicie porque allí en todo momento estaban pidiendo papeles; me daba culillo pasar el puesto de control de la carretera Los Teques Tejerías, allí se las arreglaban para bajarme un rato y denostar un poco; ha transcurrido el tiempo, envejezco y aún siento con malestar cómo se dispara mi adrenalina en esos lugares donde el poder se suele expresar con las diversas muecas de la humillación.
La semana anterior crucé una alcabala, estaban unos oficiales de tránsito terrestre y la Guardia Nacional en el puesto de Luís Hurtado, en la carretera vía a El Junquito. Mi primer impulso fue el de orillarme a coger aire, respirar, dar vuelta; allí estaban ellos, han cambiado los Fal por los Kalisnikov, pero no así la expresión carroñera. Hice un inventario: licencia, sí. Papeles del carro, sí. Cédula, sí. Certificado médico, vencido. Ah vaina, los vi con detenimiento, estaban haciendo circular la pequeña cola que se formaba frente a ellos, repartían algo; pensé: son unos panfletos: ponte el cinturón de seguridad, si conduces no bebas o amárrate a la vida; una campaña para prevenir accidentes; no me detendrían ni se les ocurriría constatar la fecha de vencimiento de mi certificado médico; a cambio, tomaría el panfleto educativo y continuaría mi plan de hacer la ruta de El Jarillo. Bajé el vidrio, extendí la mano y por reflejo la retiré, era un absurdo, estos guardianes de la carretera regalaban unos CDs muy rojos, en la cubierta resaltaba el torso inmenso y sonriente del rey y teniente coronel Hugo Chávez junto a la figura aperada del alcalde Barreto: “Sonidos de Caracas”. En otra circunstancia hubiese cabido la expresión, música para mis oídos; no pasa nada. Devolví el disco y el oficial lo lanzó de vuelta y con violencia al interior de mi auto, tuve reflejos y esquivé el roce cortante del regalo impuesto, pensé en contradevolverlo, en tirarlo más adelante, en deshacerme de él, retomar mis conductas díscolas y mear la mala prosa de Juan Barreto en donde pretende explicar las virtudes del socialismo del siglo veintiuno, cagarme en la cara de los símbolos del totalitarismo, llámense Bolívar, Chávez, Guaicaipuro o la mata que le da el nombre a mi ciudad; entonces, comprendí que debía sacar provecho, comunicar, mostrar la evidencia de cómo se pretende invadir no sólo las tierras y los bienes particulares, los espacios públicos, sino la intimidad y el espíritu del hombre: no habrá lugar donde no llegue, pretende decirnos el monigote autoritario de la carátula del CD; No habrá lugar en el que no me abrogue la representación de tu voluntad, ella será expresada por mi presencia sistémica; tu voz es mi voz y mi voz la voz del pueblo. El pueblo está en todas partes, mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi vos sos vos. Mi cuatrito y vos. Mi voz. Mi voz. Vos.
La semana anterior crucé una alcabala, estaban unos oficiales de tránsito terrestre y la Guardia Nacional en el puesto de Luís Hurtado, en la carretera vía a El Junquito. Mi primer impulso fue el de orillarme a coger aire, respirar, dar vuelta; allí estaban ellos, han cambiado los Fal por los Kalisnikov, pero no así la expresión carroñera. Hice un inventario: licencia, sí. Papeles del carro, sí. Cédula, sí. Certificado médico, vencido. Ah vaina, los vi con detenimiento, estaban haciendo circular la pequeña cola que se formaba frente a ellos, repartían algo; pensé: son unos panfletos: ponte el cinturón de seguridad, si conduces no bebas o amárrate a la vida; una campaña para prevenir accidentes; no me detendrían ni se les ocurriría constatar la fecha de vencimiento de mi certificado médico; a cambio, tomaría el panfleto educativo y continuaría mi plan de hacer la ruta de El Jarillo. Bajé el vidrio, extendí la mano y por reflejo la retiré, era un absurdo, estos guardianes de la carretera regalaban unos CDs muy rojos, en la cubierta resaltaba el torso inmenso y sonriente del rey y teniente coronel Hugo Chávez junto a la figura aperada del alcalde Barreto: “Sonidos de Caracas”. En otra circunstancia hubiese cabido la expresión, música para mis oídos; no pasa nada. Devolví el disco y el oficial lo lanzó de vuelta y con violencia al interior de mi auto, tuve reflejos y esquivé el roce cortante del regalo impuesto, pensé en contradevolverlo, en tirarlo más adelante, en deshacerme de él, retomar mis conductas díscolas y mear la mala prosa de Juan Barreto en donde pretende explicar las virtudes del socialismo del siglo veintiuno, cagarme en la cara de los símbolos del totalitarismo, llámense Bolívar, Chávez, Guaicaipuro o la mata que le da el nombre a mi ciudad; entonces, comprendí que debía sacar provecho, comunicar, mostrar la evidencia de cómo se pretende invadir no sólo las tierras y los bienes particulares, los espacios públicos, sino la intimidad y el espíritu del hombre: no habrá lugar donde no llegue, pretende decirnos el monigote autoritario de la carátula del CD; No habrá lugar en el que no me abrogue la representación de tu voluntad, ella será expresada por mi presencia sistémica; tu voz es mi voz y mi voz la voz del pueblo. El pueblo está en todas partes, mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi vos sos vos. Mi cuatrito y vos. Mi voz. Mi voz. Vos.
Eco. Asco eco. Náusea.
Al carajo, se me fue el día por un sumidero, no supe imponer mi montura a los caballos que cabalgué y apenas si me recreó el vuelo de los parapentes. Ni en el galope ni en el vuelo sentí lo que le es inherente al acto: una sensación inaudita de expansión vital. La estética revolucionaria me había emponzoñado el espíritu. Recuerdo que hace tiempo Zitarrosa o Viglietti, o ambos, cantaban “a desalambrar” y muchos ingenuos queríamos tomar las primeras cizallas redentoras. Hoy he decidido levantar verjas, sembrar avenidas de árboles y setos y pintar en las paredes una consigna paradójica y sencilla: POR TU LIBERTAD PONLE LÍMITE AL TOTALITARISMO. No sé si para los efectos prácticos sirva de algo, pero dará a mi espíritu una satisfacción necesaria, porque al recibir en mi cara y ante mi familia el roce de la portadilla del CD me dieron con un guante. Acepto el reto, pero yo escojo las armas. He comprendido que mi rebelión no sólo es política o ética. Mi rebelión es estética.
Y coño, no me pidan que no hable de política y que haga mi disenso inteligente y divertido .
Y coño, no me pidan que no hable de política y que haga mi disenso inteligente y divertido .