una y otra vez..."
Luego del herraje de algunos caballos y del trabajo en los establos, de haber reforzado las cercas en de los linderos y de las tareas de doma en el corral, nos echamos bajo una alta y frondosa secoya a refrescarnos con aguardiente y a mascar tabaco; esperábamos que llegaran las mejores horas de la tarde para ocuparnos del heno de las bestias y a la limpieza del pequeño granero, era la hora de Mary Jane, el tipejo se ha ido al pueblo y se la puede merodear; luego de amamantarla ella ha dejado a la niña en el corredor frente a la casa, dentro de su cuna; ahora está más rolliza y sus pómulos parecen arder; hay que andarse con cuidado, advertimos, ya pasó la hora del buey y se escuchan ladridos en las colinas. Llevaba recogido el cabello en trenzas detrás de la nuca, de un tirón haló el lazo verde y sacudió todo su pelo, escupimos hacia las raíces del árbol, bebimos de las garrafas y nos enjugamos la boca.
Mary Jane era muy flaca y no necesitaba ajustarse el traje, demasiado flaca para el gusto común de los vaqueros; a ellos les gustaban las mujeres más recias, como las del salón, la buena de Susan Lee o la mexicana; una tiene la grupa alta y redonda como las hembras de los alces y la otra es un derrame de alegrías y carnes en sus caderas; pero los ojos picaros, a veces calaveras de Mary Jane, esa manera de llevarse a la boca las cosas, las espigas y el pelo castaño a la luz de cualquier astro, su paso fino y cauto hacia el granero, eran desconocidos por aquellas despreocupadas parroquianas del bar. Esta tiene las mañas de las señoras, era el cometario preferido de quienes las vigilaban con sus torsos arrojados sobre sus herramientas de trabajo.
El caballo es muy fuerte y se ha negado aceptar las bridas; desde que le metieron un tiro entre ceja y ceja a Paco no se ha dejado montar por nadie; Mary Jane pasa frente al corral donde la bestia da brincos y larga coces, entonces el caballo alelado se acerca a ella, se deja acariciar las orejas y la mira con esa mirada lujuriosa y vacía de algunos muertos; ha sido su dama, cabalgó esa grupa atenazada a la cintura de Paco, comentamos, antes de quedar echa una pelota por el por el tipejo: cuando salíamos a los arreos nocturnos fuera de los lindes del rancho, el mexicanito se daba vueltas y la iba a buscar allí donde nace el ciprés, bajo su ventana y luego atravesaban al galope las vegas y las siembras de maíz hasta llegar el pozo al pie de la montaña donde ella con el pelo suelto daba libertad a su boca enloquecida por las estacas de luz de la luna, se quitaba el vestido y luego sobre las agujas de los pinos amaba al pobre hombre como lo hacen las hembras de los coyotes; ahogados por la espesura del lugar ambos se transformaban en figuras salvajes y aullantes.
Paco apareció una mañana tirado en la letrina con esa bala en la frente y a los meses, se vio a Mary Jane pasear su tristeza hasta el corral donde habían atado al caballo. La orden fue clara, matar al caballo también, pero ella se opuso y hasta amenazó con dejar de comer o quitarse la vida. Ha pasado el tiempo y la criatura duerme en la cuna, no creemos en los augurios pero somos entendidos de celos y de los ciclos. Es hora, deja de acariciar al caballo y corre hacia granero levantando el vuelo de sus faldas. Nos miramos; las herramientas caen de nuestros brazos, largamos las sucias camisas de la faena al sentir la caricia chillona de la luna saliente, bebimos de las garrafas para endulzar con aguardiente el sabor del tabaco en nuestras bocas y comenzamos a merodear frente a la puerta abierta del granero, no tardaría en correr el primer coyote a morder los pechos repletos de dulce savia y todos iniciaríamos el coro de voces, convertidos en niños famélicos de la noche.